viernes, 3 de abril de 2020

Hastur / El Rey de Amarillo



The King In Yellow, ilustración por Michael Bukowski



Hastur / El Rey de Amarillo

(también El Innombrable, El Indecible, Aquel Cuyo Nombre No Debe Ser Pronunciado, Assatur, Xastur)



"Me  encontré  ante  nombres  y  términos  que  había  oído  en  otras  partes  en  las más  odiosas  relaciones:  Yuggoth,  el  Gran Cthulhu,  Tsathoggua,  Yog-Sothoth,  R'lyeh, Nyarlathotep,  Azathoth,  Hastur,  Yian,  Leng, el lago de Hali, Bethmoora, el Signo Amarillo, L'mur-Kathulos,  Bran  y  el  Magnum  Innominandum;  y  fui  retrocediendo  de  desconocidos  eones  y  dimensiones  inconcebibles  a mundos más viejos y lejanos que el enloquecido  autor  del  Necronomicón  había  vislumbrado  sólo  muy  vagamente.  Conocí  los abismos de la vida original, las corrientes que habían fluido en ese entonces, y finalmente el ínfimo  arroyo,  derivado  de  una  de  esas  corrientes,  que  se  mezcló  un  día  con  los  destinos de nuestro planeta."
El susurrador en la oscuridad, H.P. Lovecraft



"El mercader de los ojos oblicuos empujó entonces a Carter al interior de una gran estancia abovedada cuyos muros estaban revestidos de impíos bajorrelieves; en el centro se abría la boca circular de un pozo, rodeada por seis piedras de altar cubiertas de manchas horrendas. No había la menor luz en aquella cripta maloliente, y la lamparita del siniestro mercader alumbraba tan poco que Carter fue reparando en los detalles muy poco a poco. En el rincón opuesto había un alto estrado de piedra al que se subía por cinco peldaños; y allí, sentada en su trono de oro, se hallaba una pesada figura envuelta en ropajes de seda amarilla con dibujos en rojo, con el rostro cubierto por una máscara de seda del mismo color. Ante esta figura, el hombre de los ojos oblicuos hizo ciertos signos con las manos; y el que acechaba en las tinieblas respondió alzando entre sus patas vestidas de seda una flauta de marfil y sacando de ella ciertos sonidos repugnantes, bajo su flotante máscara amarilla. Así continuó el coloquio durante un tiempo, y Carter comenzó a encontrar algo repugnantemente familiar en el sonido de aquella flauta y en la fetidez de aquel lugar nauseabundo. Todo aquello le hacía pensar en cierta horrible ciudad iluminada por luces rojas, y en la repugnante procesión que un día desfilara por sus calles. También le recordaba su terrible ascensión por las regiones lunares, interrumpida cuando los fraternales gatos de la tierra se lanzaron en masa a rescatarlo. Carter sabía que la criatura del estrado era sin duda alguna el gran sacerdote indescriptible de quien las leyendas hacen conjeturas tan perversas y depravadas; pero le daba miedo pensar qué clase de criatura sería aquel detestable sacerdote, en realidad.
Entonces, inadvertidamente, la figura de seda descubrió un poco una de sus zarpas grisáceas, y Carter se dio cuenta de quién era el abominable sacerdote. Y en aquel supremo trance, el terror le empujó a hacer algo que su razón jamás se habría atrevido a intentar; porque en su trastornada conciencia sólo había sitio para un único deseo: el de huir de aquella cosa achaparrada encaramada en aquel trono de oro. Sabía que se hallaba rodeado por un laberinto insalvable, y luego por la fría meseta del exterior; sabía que más allá de la meseta aguardaban los perversos pájaros shantaks; y sin embargo, pese a todo, su espíritu sólo experimentaba la imperiosa necesidad de huir de aquella viscosa monstruosidad vestida de seda."
En busca de la ciudad del sol poniente, H. P. Lovecraft



"
Rompen las olas neblinosas a lo largo de la costa,
Los soles gemelos se hunden tras el lago,
Se prolongan las sombras
En Carcosa.

Extraña es la noche en que surgen estrellas negras,
Y extrañas lunas giran por los cielos,
Pero más extraña todavía es la
Perdida Carcosa.

Los cantos que cantarán las Híadas
Donde flamean los andrajos del Rey,
Deben morir inaudibles en la
Penumbrosa Carcosa.

Canto de mi alma, se me ha muerto la voz,
Muere, sin ser cantada, como las lágrimas no derramadas
Se secan y mueren en la
Perdida Carcosa.

El canto de Cassilda en El Rey de Amarillo
Acto 1º, escena 2ª"

El signo amarillo, Robert W. Chambers


"Esto es lo que me perturba, porque no puedo olvidarme de Carcosa donde estrellas negras lucen en los cielos; donde las sombras de los pensamientos de los hombres se alargan en la tarde, cuando los soles gemelos se hunden en el lago de Hali; y mi memoria cargará para siempre con el recuerdo de la Máscara Pálida. Ruego a Dios que maldiga al escritor, como el escritor maldijo al mundo con esta su hermosa, estupenda creación, terrible en su simplicidad, irresistible en su verdad: un mundo que ahora tiembla ante el Rey de Amarillo."
(...)
"-La ambición de César y Napoleón empalidece ante la que no le es posible descansar en tanto no se haya apoderado de las mentes de los hombres y controlado sus pensamientos aún no concebidos -dijo el señor Wilde.
-Está usted hablando del Rey de Amarillo -dije roncamente con un estremecimiento.
-Es un rey al que han servido emperadores."
El reparador de reputaciones, Robert W. Chambers


"Entonces me hundí en las profundidades y oí al Rey de Amarillo que me susurraba al oído:
-¡Es terrible caer en las garras del Dios viviente!"
En la corte del dragón, Robert W. Chambers




Sin título, por Zdzisław Beksiński



The King in Yellow, por Dave Kendall



El Rey de Amarillo, por Santiago Caruso


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