sábado, 25 de julio de 2015

Fénix/Ave fénix






Fénix


"-No sé por medio de qué artes mágicas Epemitreus me llevó hasta él -repuso Conan-. Pero yo he hablado con él, y me hizo una marca en la espada. No sé por qué esa señal resultó mortífera para los demonios, ni qué magia había en ella, pero aunque la espada se rompió al golpear el casco de Gromel, el fragmento que quedó fue lo bastante largo como para matar al monstruo.
-Déjame ver tu espada -susurró el sumo sacerdote con la garganta seca. 
Conan le enseñó la espada rota, y el sumo sacerdote lanzó un grito y se puso de rodillas.
-¡Mitra nos proteja contra el poder de las tinieblas! -dijo jadeando-. ¡En la espada está grabado el emblema del fénix inmortal que se cierne eternamente sobre su tumba! ¡Es el signo secreto que sólo él puede hacer! ¡Rápido, una vela! ¡Mirad otra vez en el lugar donde el rey dice que murió el demonio!
Éste había yacido a la sombra de un biombo roto. Arrojaron el biombo a un lado y alumbraron el suelo con la luz de la vela. En la habitación reinaba un silencio estremecedor mientras buscaban la señal. Poco después algunos caían de rodillas al suelo invocando a Mitra, y otros huían gritando de la habitación. 
Allí en el suelo, en el lugar donde había muerto el monstruo, yacía una sombra tangible, una enorme mancha oscura que no se podía borrar; la cosa había dejado su contorno claramente marcado con su sangre, y aquel contorno no se parecía al de ningún ser conocido en el mundo. Estaba allí, terrible y siniestro, como la sombra de uno de los dioses-mono que se agazapan en los sombríos altares de los  oscuros templos de Estigia."
El fénix en la espada, Robert E. Howard







"Los siglos pasaban sin detenerse mientras
yo dormía en criptas silenciosas y sombrías
sobre mi tumba protegida por el ave fénix,
pero ahora, al fin, he despertado
LAS VISIONES DE EPEMITREUS"

"Daba la impresión de ser un gigantesco tapiz realizado en piedra negra, como un cuadro a vuelo de pájaro de la historia del hombre, de los olvidados días anteriores al Cataclismo, cuando Atlantis, Lemuria, Valusia y Grondar dominaban la tierra. E incluso de épocas anteriores, en las que los peludos antepasados del hombre vagaban por las selvas y Ka, el Pájaro de la Creación de negras alas, voló por primera vez desde el desconocido Oriente para colocar los cimientos del tiempo.
Por encima de este conjunto de guerreros, reyes y héroes se cernían otras siluetas deformes y terribles. Desde lo más profundo de su espíritu, Conan los reconoció como los Antiguos Desconocidos que gobernaron el universo sembrado de estrellas mil millones de años antes del nacimiento de Gayomar, el Primer Hombre.
Conan tuvo la certeza de que se hallaba inmerso en un sueño intemporal al que su espíritu había sido reclamado por una antigua fuerza que vigilaba al género humano. Con una inquietud propia de su naturaleza bárbara, el cimmerio se dio cuenta de que el polvo impalpable que cubría con una fina capa el suelo de ébano no había sido hollado por ningún pie humano desde épocas inmemoriales. Sí, se dio cuenta de todo eso y de mucho más, pues una vez, hacía muchos años, había tenido un sueño similar, y había pasado también por aquella misma gigantesca garganta negra que era el gran salón de  piedra.
Más de veinte años habían transcurrido desde entonces, pero ¿qué son las efímeras generaciones de mortales para quien duerme en las sombrías criptas de Golamira, el Monte del Tiempo Eterno?
El cimmerio llegó entonces a una ancha escalera curva que se alzaba hasta una altura inconcebible. Allí las paredes eran escarpadas y estaban adornadas con extraños símbolos de una escritura esotérica, tan antigua y sugestiva que evocó en el espíritu de Conan recuerdos que se remontaban al amanecer de los tiempos. Al percibir aquellas remembranzas, el rey de Aquilonia sintió un escalofrío y apartó rápidamente la mirada de los enigmáticos jeroglíficos.
A medida que iba ascendiendo por la enorme escalera, el cimmerio notó que en cada peldaño aparecía tallado el contorno sinuoso de una espantosa figura de pesadilla, la de Set, la Vieja Serpiente, el eterno y maligno demonio de las tinieblas. Pero la figura estaba tallada de forma tal que al pisar lo hacía sobre el cuello lleno de escamas de la serpiente. Con esto, los desconocidos constructores de la escalera pretendían que quien subiera por aquellos peldaños repudiase simbólicamente las fuerzas del caos ciego y maligno. El rey de Aquilonia fue ascendiendo paso a paso por la escalera.
Por último divisó una tumba tallada en un bloque de cristal macizo y brillante, que no pudo identificar. Si se trataba de diamante -y lo cierto es que lo parecía-, en tal caso aquella enorme gema tenía un valor tan grande que resultaba imposible de calcular. El frío cristal centelleaba con miles de puntos de inquieta luz, que semejaban una multitud de estrellas prisioneras.
A ambos lados, en la silenciosa oscuridad de la cripta, se alzaban las siluetas imponentes de dos aves fénix, dotadas de poderosos picos y garras, con las alas extendidas como si quisieran cobijar debajo a quien dormía en el sepulcro de diamante.
De las sombras surgió entonces una figura impresionante, vestida con una túnica y rodeada de un halo de luz purísima. El cimmerio contempló en silencio el majestuoso rostro de poblada barba.
-¡Habla, oh mortal! -ordenó la aparición con voz resonante como una trompeta-. Dime, ¿sabes quién soy?
-Sí -repuso Conan con un gruñido-. ¡Por Crom, Mitra y los dioses de la luz, sé que eres el profeta Epemitreus, cuyo cuerpo se ha convertido en polvo hace mil quinientos años!
-Así es, ¡oh Conan! Hace muchos años llamé a tu espíritu durmiente ante mí, aquí, en el negro corazón de Golamira. Durante el tiempo transcurrido desde entonces, mis ojos inmortales te han seguido por todos los caminos y todas las guerras. Todo ha salido bien y se ha hecho de acuerdo con los deseos de los Eternos Guardianes. Pero ahora una sombra se cierne sobre las tierras de Occidente, una sombra que sólo tú entre todos los mortales puedes ahuyentar."
Conan de las Islas, Lin Carter y L. Sprague de Camp






* * *




"En efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los egipcios buscaron eternidad; es razonable que en su país haya surgido el mito de un pájaro inmortal y periódico, si bien la elaboración ulterior es obra de los griegos y de los romanos. Erman escribe que en la mitología de Heliópolis, el fénix (benu) es el señor de los jubileos, o de los largos ciclos de tiempo; Heródoto, en un pasaje famoso (II, 73), refiere con repetida incredulidad una primera forma de la leyenda: 

Otra ave sagrada hay allí que sólo he visto en pintura, cuyo nombre es el de Fénix. Raras son, en efecto, las veces que se deja ver, y tan de tarde en tarde, que según los de Heliópolis, sólo viene a Egipto cada quinientos años, a saber cuándo fallece su padre. Si en su tamaño y conformación es tal como la describen, su mole y figura son muy parecidas a las del águila, y sus plumas, en parte doradas, en parte de color carmesí. Tales son los prodigios que de ella nos cuentan, que aunque para mí poco dignos de fe, no emitiré el referirlos. Para trasladar el cadáver de su padre desde Arabia hasta el Templo del Sol, se vale de la siguiente maniobra: forma ante todo un huevo sólido de mirra, tan grande cuanto sus fuerzas alcancen para llevarlo, probando su peso después de formado para experimentar si es con ellas compatible; va después vaciándolo hasta abrir un hueco donde pueda encerrar el cadáver de su padre, el cual ajusta con otra porción de mirra y atesta de ella la concavidad, hasta que el peso del huevo preñado con el cadáver iguale al que cuando sólido tenía; cierra después la abertura, carga con su huevo, y lo lleva al Templo del Sol en Egipto. He aquí, sea lo que fuere, lo que de aquel pájaro refieren.

Unos quinientos años después, Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la Luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio.
Los años simplificaron el mecanismo de la generación del fénix, Heródoto menciona un huevo, y Plinio, un gusano, pero Claudiano, a fines del siglo IV, ya versifica un pájaro inmortal que resurge de su ceniza, un heredero de sí mismo y un testigo de las edades.
Pocos mitos habrá tan difundidos como el del fénix. A los autores ya enumerados cabe agregar: Ovidio (Metamorfosis, XV), Dante (Infierno, XXIV). Shakespeare (Enrique VIII, V, 4), Pellicer (El Fénix y su Historia Natural), Quevedo (Parnaso Español, VI), Milton (Samson Agonistes, in fine). Mencionaremos asimismo el poema latino De Ave Phoenice, que ha sido atribuido a Lactancio, y una  imitación anglosajona de ese poema, del siglo VIII. Tertuliano, San Ambrosio y Cirilo de Jerusalén han alegado el fénix como prueba de la resurrección de la carne. Plinio se burla de los terapeutas que prescriben remedios extraídos del nido y de las cenizas del fénix."
Libro De Los Seres Imaginarios, Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero


No hay comentarios:

Publicar un comentario