domingo, 9 de octubre de 2016

RELATO: "El diario de Alonso Typer", H.P. Lovecraft y Brian Lumley [como William Lumley] (1ª parte)




El diario de Alonso Typer (1ª parte)


H.P. Lovecraft y William Lumley



NOTA DEL EDITOR:

Alonso Hasbrouck Typer, de Kingston, Nueva York, fue visto y reconocido por última vez el 17 abril de 1908, alrededor del mediodía, en el Hotel Richmond de Batavia. Era el último descendiente de una antigua familia del condado del Ulster, y tenía 53 años en el momento de su desaparición.
Mr Typer recibió educación privada en las Universidades de Columbia y Heidelberg. Toda su vida la dedicó al estudio, el ámbito de sus investigaciones abarcaba diversas fronteras del conocimiento humano oscuras y generalmente temidas. Sus documentos sobre vampirismo, gules y fenómenos poltergeist fueron impresos de forma privada tras ser rechazados por multitud de editores. Abandonó la sociedad de Investigaciones Psíquicas en 1902 después de una serie de controversias particularmente amargas.
En diversas épocas, Mr Typer efectuó largos viajes, desapareciendo de vista durante largos periodos. Se sabe que visitó oscuros lugares de Nepal, India, Tíbet, e Indochina, y pasó la mayor parte del año 1889 en la misteriosa Isla de Pascua. La amplia búsqueda de Mr Typer, efectuada tras su desaparición, no obtuvo ningún fruto, y sus bienes fueron divididos entre sus primos lejanos de la ciudad de Nueva York.
El diario que ofrecemos a continuación fue supuestamente descubierto en las ruinas de una enorme granja, cerca de Attica, Nueva York, que había adquirido una reputación curiosamente siniestra durante las generaciones previas a su ruina. El edificio era muy viejo en comparación con los habituales doblamientos blancos de la región, y fue el hogar de una extraña y huraña familia apellidada Van der Heyl que había emigrado desde Albany en 1746 bajo una curiosa nube de sospechas de brujería. La construcción fue probablemente edificada alrededor de 1760.
Poco sabemos de la historia de los Van der Heyl. Se mantenían completamente apartados de sus vecinos, empleaban sirvientes negros traídos directamente de África y que hablaban muy poco ingles, y educaban privadamente a sus menores en colegios europeos. Aquellos que estaban en contacto con el mundo desaparecieron pronto de vista, pero no sin ganarse una maligna reputación por su asociación con grupos dedicados a misas negras y cultos de reputación aún más oscura.
Cerca de la aborrecida casa se alzaba un poblado disperso, habitado por indios y más tarde por renegados del condado circundante, que llevaba el sospechoso de Chorazin. Sobre los singulares rasgos hereditarios que después aparecieron en los mestizos habitantes de Chorazin, se ha escrito multitud de monografías por parte los etnólogos. Junto al poblado, y a la vista de la casa de los Van der Heyl, se alza una empinada colina coronada por un peculiar anillo de piedras verticales que los iroqueses siempre habían contemplado con miedo y rechazo. El origen y naturaleza de las piedras, cuya fecha de origen, según la evidencia arqueológica y climatológica, debe ser fabulosamente antigua, es un problema aún por resolver.
Desde 1795, aproximadamente, las leyendas de los pioneros y de los posteriores pobladores tienen mucho que decir sobre extraños gritos y cánticos procedentes, en cierta estación, de Chorazin y la gran casa, así como de la colina de piedras enhiestas; aunque hay razones para suponer que los ruidos cesaron sobre 1872, cuando toda la familia Van der Heyl, incluidos los sirvientes, desaparecieron brusca y simultáneamente.
A partir de ese momento la casa quedo desierta, ya que otros sucesos desastrosos -incluyendo las misteriosas muertes, cinco desapariciones y cuatro casos de súbita locura- tuvieron lugar cuando posteriores propietarios y visitantes interesados intentaron ocupar el lugar. La casa, el poblado y amplias zonas rurales en todas direcciones pasaron al estado y fueron subastadas en ausencia de herederos probados de los Van der Heyl. Desde 1890 los propietarios (sucesivamente el finado Charles A. Shield y su hijo Oscar S. Shield, de Buffalo) dejaron toda la propiedad en un estado de absoluto abandono, advirtiendo a los curiosos que no visitaran el lugar.
De aquellos que se sabe que se aproximaron a la casa en los últimos cuarenta años, la mayoría fueron estudiantes de lo oculto, oficiales de policía, periodistas y oscuros personajes del extranjero. Entre los últimos estaba un misterioso euroasiático, probablemente procedente de Cochinchina, cuya posterior aparición con amnesia y extravagantes mutilaciones tuvieron un amplio eco en la prensa de 1903.
El diario de Mr Typer -un cuaderno de unos 15 x 9 centímetros de tamaño, con fuerte papel y una portada de delgadas láminas de metal extrañamente resistentes- fue descubierto en poder de los degenerados habitantes de Chorazin el 16 noviembre de 1935, por un policía estatal enviado a investigar el rumor sobre el derrumbe de la mansión Van der Heyl. La casa en efecto, se había desplomado, obviamente por culpa de la evidente edad y la decrepitud, durante la fuerte galerna
del 12 de noviembre. La desintegración fue peculiarmente completa y, durante semanas, no pudo hacerse una investigación exhaustiva entre las ruinas. John Eagle, el atezado poblador medio indio de rostro simiesco que tenía en su poder el diario, dijo haber encontrado el libro bastante cerca de la superficie de los escombros, en la que debía haber existido una habitación superior frontal.
Muy poco del contenido de la casa puso ser identificado, fuera de una inmensa y asombrosa bóveda de ladrillo sólido en el sótano (cuya antigua puerta de hierro fue preciso forzar debido a la perversa tenacidad del cerrojo extrañamente conformado) que permanecía intacta y presentaba ciertos rasgos desconcertantes. En primer lugar, los muros estaban cubiertos con jeroglíficos aún sin descifrar y rústicamente incisos en la albañilería. Otra particularidad era una inmensa abertura circular en la parte trasera de la bóveda, bloqueada por un derrumbe evidentemente causado por el hundimiento de la casa.
Pero lo más extraño de todo era el aparentemente reciente depósito de alguna sustancia fétida, limosa y negra como la pez en el suelo de piedra liza, con un metro de anchura y formando una irregular línea que finalizaba en la bloqueada abertura circular. Aquellos que primero abrieron la bóveda declararon que el lugar olía como la madriguera de las serpientes de un zoo.
El diario, destinado en apariencia a cubrir solamente una investigación de la temida casa Van der Heyl por parte del desaparecido Mr Typer, ha sido certificado como genuino por expertos grafólogos. El texto muestra signos de creciente tensión nerviosa según se acerca al final y en algunos lugares se convierte casi en ilegible. Los habitantes de Chorazin -cuya estupidez y mutismo desconciertan a todos los estudiosos de la región y sus secretos- no admiten recordar a Mr Typer entre otros imprudentes visitantes de la temida casa.
El texto del diario se ofrece aquí literalmente y sin comentarios. Cómo interpretado y que conclusiones, aparte de la locura del redactor, sacar de él, es algo que el lector debe decidir por si mismo. Sólo el futuro puede decir que valor tendría para resolver misterios tan viejos como generaciones. Debe insistirse que los genealogistas confirman la tardía memoria de Mr Typer en el asunto de Adriaen Sleght.


EL DIARIO

17 Abril de 1908:
Llegué aquí sobre las 6 p.m. Tuve que caminar todo el trayecto desde Attica bajo una tormenta. Ya que nadie quiso alquilarme un caballo o un coche, y no sé conducir automóviles. Este lugar es aún peor de lo que esperaba, y temo lo que pueda pasar, aunque a la vez estoy ansioso de conocer el secreto. Pronto todo se desvelará con la noche -el viejo horror del Sabbath de Walpurgis- y, tras aquella vez en Gales, sé lo que es buscar. Suceda lo que suceda, no me acobardaré. Espoleado por algún afán insondable, he dedicado mi vida entera a la búsqueda de impíos misterios. No he venido aquí por otro asunto y no me hurtaré a mi destino.
Estaba muy oscuro cuando llegué, aunque el sol no se había puesto. Las nubes de tormenta eran las más espesas que haya visto jamás, y no habría encontrado mi camino de no ser por el fulgor de los relámpagos. El poblado es una pequeña cloaca odiosa, y sus pocos habitantes no son mejores que idiotas. Uno de ellos me saludó de forma extraña, como si me conociera. Puedo ver muy poco del paisaje, sólo un pequeño y pantanoso valle de extraños matorrales pardos y muertos hongos, circundados por descarnados y maléficamente retorcidos árboles de ramas desnudas. Pero cerca del poblado hay una colina de apariencia lúgubre en cuya cima se alza un círculo de grandes piedras con otra roca en el centro. Esto, sin discusión, es el vil objeto primordial que V.... me dijo sobre el N....stbat
La gran casa se alza en mitad de un parque sepultado bajo zarzas de curioso aspecto. Apenas puedo pasar entre ellas, y cuando me percaté de la inmensa edad y decrepitud del edificio, casi renuncié a entrar. El lugar parece sucio e insalubre, y me pregunto cuántos leprosos podrían apiñarse juntos ahí dentro. Es de madera y, aunque sus líneas originales están ocultas bajo una caótica confusión de alas añadidas en diferentes épocas, pienso que fue primeramente construida en el estilo colonial rectangular de Nueva Inglaterra. Probablemente, fue más fácil de construir que una casa de piedra Holandesa y además, según recordé, la esposa de Dirck van der Heyl era de Salem, una hermana del innombrable Abaddon Corey. Había un pequeño porche de pilares y me refugie bajo él justo cuando estallaba la tormenta. Era una demoníaca tormenta negra como la medianoche, con lluvia a mares, truenos y relámpagos como el día del Juicio Final, y un viento que realmente me laceraba.
La puerta estaba abierta, por lo que encendí mi linterna y penetré. El polvo depositado sobre el suelo y los muebles tenía centímetros de espesor, y el lugar hedía como una tumba cubierta de hongos. Había un salón ocupando toda la planta y una escalera de caracol a la derecha.
Me abrí paso por las escaleras y elegí su alcoba frontal para instalarme. Todo el lugar parecía ampliamente amueblado, a pesar que la mayor parte del mobiliario estaba deshecho. Esto ha sido escrito a las 8 en punto, tras una comida fría sacada de mi maleta de viaje. Tras esto, conseguiré suministros en el poblado... aunque a ellos no les gusta acercarse demasiado a las ruinas de la entrada del jardín (según dicen) cuando es muy tarde. Desearía poder sacudirme un incómodo sentimiento de familiaridad con este lugar.

Más Tarde:
Soy consciente de algunas presencias en esta casa. Una en particular es decididamente hostil hacia mí... una malevolente voluntad que trata de romper mi moral e imponérseme. No se ha mostrado ni un momento, pero debo utilizar todas mis fuerzas para resistirlo. Es pasmosamente maligna y definidamente inhumana. Pienso que debe estar aliada con poderes extraterrestres... poderes del espacio, fuera del tiempo y el universo. Se alza como un coloso, tal como está dicho en los escritos de Aklo. Ofrece tal sensación de inmenso tamaño que me maravillo que estas estancias puedan contener su volumen visible. Su edad debe ser enloquecedoramente antigua... impresionante, indescriptible.


18 de Abril:
He dormido muy poco esta última noche. A las 3 de la madrugada, un extraño y reptante viento comenzó a soplar sobre la región entera... y alzándose ante la casa como un tifón. Mientras descendía las escaleras para ver el estruendo en la puerta, la oscuridad tomó forma semi-visible en mi imaginación. Justo ante el rellano fui violentamente rechazado hacia atrás... por el viento, supongo, aunque podría haber jurado que vi los difuminados perfiles de una gigantesca pata negra mientras me giraba precipitadamente. No perdí pie, pero, por mi seguridad, di por concluido el descenso y corrí el pesado cerrojo de la alcoba, que se estremecía peligrosamente.
No tenía medios de explorar la casa hasta el amanecer, pero entonces, incapaz de conciliar el sueño e inflamado con entremezclados terror y curiosidad, me sentí reacio a posponer mi búsqueda. Con mi potente linterna me abrí paso a través del polvo hacia el gran recibidor del sur, donde sabía que podían estar los retratos. Allí estaban, tal como V... había dicho, y me pareció reconocerlos gracias a alguna oscura fuente. Algunos estaban tan oscurecidos, enmohecidos y cubiertos de polvo que pude sacar poco o nada de ellos, pero, en aquellos que pude reconstruir, reconocí que pertenecían, en efecto, a la odiosa estirpe de los Van der Heyl. Algunos de los retratos parecían sugerir rostros que había conocido, pero qué rostros, no pude recordar.
Los Rasgos de aquel espantoso híbrido Joris -engendrado en 1773 por la hija más joven del viejo Dirck- eran los más claros de todos, y pude reconocer los ojos verdes y ese aspecto de ofidio en su cara. Cada vez que apartaba la luz, ese rostro parecía crecer en la oscuridad, hasta que acabé imaginando que relucía con una débil y verdosa luz propia. Cuanto más miraba, más maligno me parecía, y me retiré para evitar las alucinaciones sobre expresiones cambiantes.
Sin embargo, me volví para toparme con algo peor. La larga, adusta y diminuta faz, los ojos juntos y las facciones porcinas le identificaban enseguida, a pesar que el artista se había esforzado en hacer aquel hocico tan humano como era posible. Era aquel sobre el que V... había susurrado. Mientras me sobresaltaba horrorizado, creí detectar un fulgor rojizo en los ojos... y, por un instante, el fondo del lienzo pareció convertirse en una extraña y aparentemente irrelevante escena: un solitario y yermo páramo bajo un sucio cielo amarillo, donde medraban matorrales deendrino de aspecto mísero. Temiendo por mi cordura, escapé de la maldita galería, escaleras arriba, hacia mi rincón limpio de polvo donde tengo mis “cuarteles”.

Más Tarde:
Resuelto a explorar algunas de las laberínticas alas de la casa a la luz del día. No puedo perderme, ya que mis pisadas son inconfundibles en el espeso polvo... y puedo hacer otras marcas de identificación cuando sea necesario. Es curioso cuán fácilmente he aprendido los intrincados pasadizos de los corredores. Siguiendo un largo pasillo de ángulos rectos que corría hacia el norte, hasta su extremo, llegué a una habitación cerrada cuya entrada forcé. Más allá había una alcoba muy pequeña y bastante atestada de muebles, con los artesonados seriamente carcomidos por los gusanos. En la pared exterior descubrí un espacio negro entre los podridos artesonados y encontré un estrecho pasadizo secreto que bajaba hacia desconocidas profundidades negras. Era un empinado tobogán o túnel sin escaleras o asideros, y me pregunté qué uso pudiera haber tenido.
Sobre el hogar había un mohoso retrato que, en una atenta inspección, reveló pertenecer a una joven con las ropas del siglo XVIII. El rostro era de belleza clásica, aunque con la más diabólica y maligna expresión que jamás haya visto en un rostro humano. No era sólo dureza, codicia y crueldad, sino que alguna odiosa cualidad más allá de la humana comprensión parecía apoderarse en aquellas facciones exquisitamente modeladas. Y, mientras miraba, me pareció que el artista -o el lento proceso de enmohecimiento y decadencia- habían otorgado a esa pálida tez una complexión verdosa enfermiza y una postrer sugerencia de una casi imperceptible textura herrumbrosa. Más tarde subí al ático, donde encontré algunos baúles repletos de misteriosos libros... algunos de aspecto completamente extraño en cuanto a letras y forma física. Uno contenía variantes de las formulas Aklo que nunca había sabido que existieran. Aún no he examinado los libros que se encuentran en los polvorientos estantes bajo las escaleras.


19 de Abril:
Realmente, hay presencias invisibles aquí, aunque el polvo no muestre más pisadas que las mías. A través de los espinos abrí ayer un camino hacia la puerta del parque donde estaban mis suministros, pero esta mañana lo encontré cerrado. Muy Extraño, dado que los arbustos están a duras penas tonificados por la savia primaveral. De nuevo tuve la sensación de algo parecido a una mano, tan colosal que las estancias apenas pueden contenerla. Esta vez sentí más de un presencia de ese tamaño, y sé ahora que el tercer ritual Aklo -que encontré en ese libro ayer en el ático- puede convertir a tales cosas en sólidas y visibles. Que yo me atreva a intentar tal materialización es algo que está por ver. Los peligros son grandes.
La última noche comencé a observar rostros espectrales y formas evanescentes en las penumbrosas esquinas de los salones y estancias... rostros y formas tan odiosas y temibles que no me atrevo a describirlas. Parecen semejantes en sustancia a esa pata titánica que intentó arrojarme por las escaleras la pasada noche... y deben, desde luego, ser fantasmas de mi excitada imaginación. Lo que estoy buscando no debe parecerse a tales cosas. He visto de nuevo la pata a veces a solas, a veces con su dueño, pero he decidido ignorar por completo tal fenómeno.
Esta tarde temprano exploré el sótano por primera vez... descendiendo por una escalera encontrada en un trastero, ya que los escalones de madera estaban podridos. El lugar entero es una masa de incrustaciones nitrosas con hongos amorfos mostrando el lugar donde diversos objetos se han desintegrado. En el extremo más alejado hay un estrecho pasadizo que parece correr bajo el lateral norte donde encontré la pequeña alcoba cerrada, y al final de éste hay un pesado muro de ladrillos con una puerta de hierro atrancada. Aparentemente, pertenece a una cripta de alguna clase; este muro y puerta presentan evidencias de albañilería del siglo XVIII y debe ser contemporánea de las adiciones más viejas de la casa... claramente prerrevolucionaria. En el cerrojo que es, obviamente, tan viejo como el resto de la forja hay grabados algunos símbolos que me es imposible descifrar.
V... no me habló de esta cripta. Esto me llena de mayor inquietud que cualquier cosa que haya visto, ya que, cada vez que me aproximo, siento un impulso casi irresistible de escuchar algo. Hasta ahora ningún sonido ha señalado mi presencia en este maligno lugar. Mientras abandonaba el sótano, deseé fervorosamente que los escalones aún estuviesen allí, ya que mi ascensión por la escala de mano parecían enloquecedoramente lenta. No deseo volver a bajar... aunque algún genio maligno me apremia a hacerlo durante la noche si es que deseo aprender lo que debe ser aprendido.


20 de Abril:
He sondeado las profundidades del horror... sólo para conocer profundidades aún más recónditas. La última noche la tentación fue demasiado fuerte y, durante las negras horas, descendí una vez más a ese sótano infernal y nitroso con mi linterna... pasando de puntillas entre los amorfos cúmulos hacia ese terrible muro de ladrillo y su puerta cerrada. No desperté ningún sonido y me contuve de susurrar alguno de los encantamientos que conozco, pero escuché...escuché con enloquecedora atención.
Por fin, escuché los sonidos provenientes de más allá de esos paneles barrados de fino hierro... el amenazador roce y murmullos como el de un gigantesco ser nocturno en el interior. Entonces, también, hubo un condenable deslizar, como el que haría una inmensa serpiente o bestia marina arrastrando sus monstruosos pliegues sobre el suelo pavimentado. Casi paralizado de miedo, observé el gran cerrojo polvoriento y los extraños, crípticos jeroglíficos grabados en él. Había signos que no podía reconocer, y algo en su ligera técnica mongola insinuaban una blasfema e indescriptible antigüedad. A veces imaginé que podía verlos relucir con una luz verdosa.
Me volví para huir, pero me topé con esa visión de patas titánicas ante mí... las grandes zarpas parecían hincharse y hacerse más tangibles según miraba. Se extendían fuera de la maligna oscuridad del sótano, con sombrías insinuaciones de muñecas cochambrosas más allá y con una creciente, malevolente voluntad guiando sus horribles tanteos. Entonces escuché detrás de mío -en el interior de esa abominable cripta- una nueva explosión de amortiguadas reverberaciones que pareció proceder de lejanos horizontes, como un trueno distante. Impelido por un miedo aún mayor, avancé hacia las zarpas espectrales con mi linterna y las vi desvanecerse ante la plena fuerza del resplandor eléctrico. Enseguida, me aupé a la escalera con la linterna entre los dientes y no descansé hasta haber alcanzado
mis “cuarteles”, escaleras arriba.
Como acabará esto, no me atrevo ni a imaginarlo. Vine como buscador, pero ahora sé algo me busca a mi. No podía marcharme aun deseándolo. Esta mañana intenté ir a la puerta a por mis suministros, pero me encontré con que los espinos se apiñaban a mi camino. Era lo mismo en cualquier dirección... atrás o a ambos lados de la casa. En algunos sitios, los sarmientos espinosos y pardos habían alcanzado cotas asombrosas... formando un muro parecido al acero contra mi avance. Los aldeanos están implicados en todo esto. Cuando regresé puertas adentro, encontré mis suministros en el gran salón frontal, pero no rastro del que las hubiera llevado allí. Siento ahora haber barrido el polvo. Esparciré algo y veré que huellas quedan en ello.
Esta tarde he leído algunos de los libros de la gran y sombría biblioteca de la parte trasera del primer piso y he concebido algunas sospechas que no me atrevo a mencionar. Nunca había visto el texto de los Manuscritos Pnakóticos o los Fragmentos de Eltdown antes, y desearía no haber llegado a saber lo que contenían. Creo que es demasiado tarde ya... porque el horripilante Sabbath tendrá lugar dentro de sólo 10 días. Es para esa noche de horror por lo que ellos me están reservando.


21 de Abril:
He estado estudiando de nuevo los retratos. Algunos tienen nombres colocados, y descubrí uno el de una mujer de rostro maligno pintado hace 2 siglos que me desconcertó. Lleva el nombre de Trintje van der Heyl Sleght, y tuve la curiosa impresión que ya me había encontrado antes con el nombre Sleght y que era una conexión muy significativa. Entonces no fue horrible, tal y como se convierte ahora. Debo estrujarme el cerebro tras esa pista.
Los ojos de esos retratos me acechan. ¿Será posible que algunos de ellos emerjan más definidamente de sus mortajas de polvo, decadencia y moho? Los brujos con rostro de ofidio y cerdo me escrutan de forma horrible desde sus marcos ennegrecidos, y un surtido de otros rostros híbridos comienzan a observarme desde sus telones sombríos. Existe un odioso aire familiar en todos ellos... y lo que es humano es aún más horrible que lo que no lo es. Desearía que me recordaran menos a otros rostros... caras que debí conocer en el pasado. Pertenecen a una estirpe marcada por la maldición, y Cornelis de Lyeden era el peor de todos. Fue él quien rompió la barrera tras que su padre encontrara esa otra llave. Estoy seguro que V. sabe sólo fragmentos de la horrible verdad, porque, en efecto, estoy mal preparado e indefenso. ¿Qué hay de la familia antes del viejo Claes? Cuanto hizo en 1591 nunca pudiera haber sido hecho sin generaciones de corrompida herencia o sin algún enlace con el exterior. ¿Y qué hay de las ramas de esta monstruosa familia? Debo recordar el lugar donde una vez conocí tan señaladamente el nombre Slehgt.
Quisiera poder estar seguro de esas pinturas permanecerán siempre en sus marcos. Desde hace algunas horas he estado viendo presencias como las zarpas de antes, y espectrales rostros y formas que son duplicados casi exactos de algunos de los viejos retratos. De cualquier forma, no puedo nunca observar una presencia y el retrato que lo representa al tiempo... la luz es siempre mala para lo uno o lo otro, o la presencia y el retrato están en habitaciones diferentes.
Quizás, tal como he esperado, las presencias son meras figuraciones de la imaginación, pero no puedo estar seguro. Algunas son mujeres y de igual belleza infernal que la pintura en la pequeña alcoba cerrada. Algunas no se parecen a retratos que yo haya visto, aunque me hacen sentir que sus facciones pintadas acechan ignoradas bajo el moho y el hollín de lienzos que no puedo descifrar. Unas pocas, temo desesperadamente, se han aproximado a la materialización en formas sólidas o semisólidas... y algunas tenían una familiaridad temible e inexplicable.
Hay una mujer que supera en encantos a todas las demás. Sus venenosos encantos son como los de una dulce flor crecida al borde del infierno. Cuando la miro de cerca se desvanece, pero sólo para volver más tarde. Su rostro tiene un aspecto verdoso, y a veces he creído descubrir una insinuación de escamosidad en su suave textura. ¿Quién es ella? ¿Será aquella que debió vivir en la pequeña habitación cerrada hace un siglo o más?
Mis suministros están en el salón frontal... esto, claramente, va a convertirse en una costumbre. He esparcido polvo para descubrir huellas, pero esta mañana todo el salón había sido limpiado por algún medio desconocido.


RELATO: "El diario de Alonso Typer", H.P. Lovecraft y Brian Lumley [como William Lumley] (2ª parte)





El diario de Alonso Typer (2ª parte)


H.P. Lovecraft y William Lumley 


22 de Abril:
Éste ha sido un día de horribles descubrimientos. Exploré de nuevo el ático cubierto de telarañas y descubrí un tallado cofre medio podrido evidentemente holandés repleto de blasfemos libros y documentos mucho más antiguos que cuanto encontrara hasta ahora. Había un Necronomicón griego, un Livre d’Eibon franconormando y la primera edición del antiguo libro de Ludvig Prinn De Vermis Mysteriis. Pero el manuscrito más antiguo encontrado era el peor. Estaba en bajo latin, lleno de extrañas y apretadas grafías del puño y letra de Claes Van der Heyl... evidentemente, el diario o cuaderno de apuntes que llevó entre 1560 y 1580. Cuando solté los ennegrecidos cierres de plata y abrí las hojas amarillentas, un dibujo coloreado se agito ante mí... una monstruosa criatura parecida, aunque no demasiado, a un calamar con pico y tentáculos, con grandes ojos amarillos y con cierta abominable semejanza de contornos a la forma humana.
Nunca antes había visto a un ser tan nauseabundo y espantoso. En zarpas, pies y cabeza tentaculada había curiosas garras -que recordaban las colosales siluetas espectrales que tan horriblemente se interponían en mi camino-, mientras que la entidad se sentaba sobre un pedestal con aspecto de trono tallado, con desconocidos jeroglíficos que tenían un leve parentesco con los chinos. Tanto sobre el escrito como sobre la imagen pendía un aire de maldad siniestra tan profunda y penetrante que no puede creerlo producto de cualquier mundo o edad. Más bien, esta forma monstruosa debía ser un foco de toda la maldad del espacio desconocido, tanto de eones pasado como los por venir... y aquellos terribles símbolos debían ser viles iconos, sensibles y dotados de enfermiza vida, a su manera, listos para arrancarse del pergamino para destrucción del lector. Del significado de ese monstruo y sus jeroglíficos no tengo pistas, pero sé que ambos han sido trazados con infernal precisión para propósitos innombrables. Mientras estudiaba los maléficos caracteres, su parentesco con los símbolos de aquel ominoso cerrojo del sótano se hizo más y más evidente. Dejé el retrato en el ático, ya que nunca podría conciliar el sueño con una cosa así cerca de mí.
Durante toda la tarde y el crepúsculo leí el libro manuscrito del viejo Claes Van der Heyl, y lo que leí puede ensombrecer y hacer horrible cualquier periodo de vida que me quede por delante. La génesis del mundo, y de los mundos previos, se desplegó ante mis ojos. Supe de la ciudad de Shamballah, construida por los lemurios hace 50 millones de años, aún inviolable tras sus muros de fuerza psíquica en el desierto oriental. Conocí sobre el Libro de Dzyan, cuyos seis primeros capítulos son anteriores a la Tierra y que ya era viejo cuando los señores de Venus llegaron a través del espacio para civilizar nuestro planeta. Y vi registrado en el escrito por primera vez aquel nombre que otros me habían susurrado y que había conocido de una forma próxima y más horrible... el evitado y temible nombre de Yian-Ho.
En algunos lugares fui contenido por paisajes que precisaban el uso de una clave. Eventualmente, por diversas alusiones, colegí que el viejo Claes no osaba consignar todo su conocimiento en un libro, pero había dejado algunas referencias a otro. El volumen no podía ser completamente inteligible sin su compañía, por lo que he resuelto encontrar el segundo tomo, si es que está en algún lugar de esta maldita casa. A pesar de ser un verdadero prisionero, no he perdido el celo que ha marcado toda mi vida de conocimiento y estoy resuelto a indagar en el cosmos a tanta profundidad como me sea posible antes que me alcance el destino.


23 de Abril:
He buscado toda la mañana el segundo diario y lo he encontrado, sobre el mediodía, en el escritorio de la pequeña alcoba cerrada. Como el primero, esta el bárbaro latín de Claes Van der Heyl, y parece consistir en notas deslabazadas conectadas con diversas secciones del otro. Ojeando las páginas, descubrí de nuevo el aborrecible nombre de Yian-Ho... Yian-Ho, cuya brumosa memoria, es más vieja que el cuerpo, asecha bajo las mentes de todos los hombres. Se repite muchas veces, y texto de alrededor está sembrando de crudos jeroglíficos pintados, claramente relacionados con los del pedestal de aquella pintura infernal que viera. Aquí, obviamente, descansa la clave de esa monstruosa figura tentaculada y su mensaje prohibido. Con tal conocimiento ascendí las crujientes escaleras hacia el ático, de telarañas y horror.
Cuando intente abrir la puerta del ático, se resistió como nunca antes. Aguantó durante unos instantes todos los esfuerzos para abrirla y, cuando al fin logré, tuve la palpable sensación de una zarpa colosal e invisible que bruscamente cediera... una forma que se remontaba con alas, inmateriales pero de batir audible. Cuando encontré el horrible grabado, sentí que no estaba precisamente donde lo había dejado. Aplicando la clave al otro libro, pronto vi que el último no era una instantánea guía del secreto. Tan sólo era una pista... hacia un secreto demasiado oscuro para ser abiertamente guardado. Llevaría horas, quizás días, extraer el espantoso mensaje.
¿Viviré lo bastante para aprender el secreto? Los espectrales brazos y zarpas negras acosan mi visión más y más ahora, y parecen aún más titánicos que al principio. Nunca estoy libre durante mucho tiempo de esas presencias vagas e inhumanas cuyas formas nebulosas parecen demasiado inmensas para ser contenidas por las estancias. Y, en todo momento, los grotescos y evanescentes rostros y figuras, y las burlonas figuras de los retratos, se apiñan ante mí en desconcertante confusión.
Verdaderamente, existe un terrible arcano primordial de la Tierra que haría mejor en dejar desconocido y sin evocar, temibles secretos que no son para el hombre, y que la humanidad puede aprender sólo a cambio de su paz y cordura; crípticas verdades que convierten a sus conocedores en un extraño para siempre entre los suyos y le obligan a vagar solitario sobre la Tierra. También hay temibles supervivientes, seres más viejos y poderosos que el hombre, entes que han surgido de forma blasfema desde los eones a edades nunca diseñadas para ellos; entidades monstruosas que han yacido durmiendo durante eternidades en increíbles criptas y cavernas remotas, más allá de las leyes de la razón y la casualidad, listas para ser despertadas por aquellos blasfemos que lleguen a conocer sus signos secretos y prohibidos, así como sus furtivos santo y seña.


24 de Abril:
He estudiado el dibujo y la clave todo el día en el ático. Al ocaso escuché extraños sonidos, de una especie nunca antes oída, que parecen venir de muy lejos. Prestando atención, decidí que debía brotar de aquella extraña y abrupta colina, donde esta el círculo de piedras enhiestas, junto al poblado y a alguna distancia al norte de la casa. He oído que había un camino desde la casa, por la colina, hasta el crómlech primordial y sospecho que en cierta estación los Van der Heyl Tenían muchas ocasiones de utilizarlo, pero todo el asunto había, hasta ahora, yacido latente en mi subconsciente. El actual sonido consiste en un estridente pitido entremezclado con un peculiar y odioso especie de silbido o siseo... una extravagante, una extraña especie de música como ningún anal de la tierra recoge. Era muy débil y pronto desapareció, pero el asunto me ha hecho reflexionar. Es a la colina hacia donde se extiende el largo alerón norte, con el poso secreto y la bóveda de ladrillo cerrada bajo él. ¿Puede haber alguna conexión que hasta ahora se me ha escapado?


25 de Abril:
He hecho un peculiar y perturbador descubrimiento sobre la naturaleza de mi prisión. Arrastrado hacia la colina por una fascinación siniestra, descubrí que los espinos me abrían paso, pero sólo en esa dirección. Hay una puerta arruinada y, bajo los matorrales, los restos de un camino que sin duda existió en tiempos. Los espinos se extienden por parte de la ladera y por todos los alrededores de la colina, aunque la cima con las piedras erguidas muestra sólo una curiosa profusión de musgo y hierba raquítica. Trepé por la colina y permanecí algunas horas allí, percatándome de un extraño viento que parece soplar siempre alrededor de los prohibidos monolitos y que a veces parece susurrar en una forma extrañamente articulada, aunque oscuramente críptica.
Esas piedras, tanto en color como en textura, no se parecen a nada que haya visto anteriormente. No son pardas ni grises, sino más bien de un amarillo sucio unido a un verde maligno y sugieren una variabilidad camaleónica. Su textura se asemeja extrañamente a la de una serpiente escamosa y es inexplicablemente nauseabunda al tacto... fría y viscosa como la piel de un sapo u otro reptil. Cerca del menhir central hay un curioso pozo con borde de piedra que no puedo explicar, pero que posiblemente forma la entrada a un pozo excavado o túnel. Cuando intenté descender desde la colina a lugares distintos de la casa descubrí que los espinos me interceptaban como antes, aunque, el camino hacia la casa era fácilmente accesible.


26 de Abril:
He vuelto a subir la colina y he encontrado aquel susurro del viento muy distinto. Los casi furiosos murmullos se parecían al habla actual algo vagamente sibilante y me recordaron el extraño cántico chirriante que había escuchado desde lejos. Tras el ocaso, hubo un curioso relámpago de prematura tormenta de verano en el horizonte norteño, seguido casi de inmediatamente de una extraña detonación, alta en el descolorido cielo. Algo en este fenómeno me perturbó enormemente y no pude evitar la impresión que el ruido finalizaba en una especie de silbido inhumano y parlante que evocaba una cósmica carcajada gutural. ¿Se tambalea por fin mi mente, o mi curiosidad desaforada ha convocado inauditos horrores de los espacios crepusculares? El Sabbath se aproxima. ¿Cómo acabará esto?


27 de Abril:
¡Por fin se han realizado mis sueños! Sea o no mi vida o espíritu o cuerpo lo que reclamen, ¡cruzaré ese umbral! El proceso de descifrar esos cruciales jeroglíficos del dibujo ha sido lento, pero esta tarde atisbé la clave final. Durante el anochecer conocí su significado... y ese significado sólo puede aplicarse de una manera a las cosas que he encontrado en esta casa.
Hay algo bajo esta casa -sepultado no sé donde-, uno de los olvidados Antiguos que me mostrará el umbral que debo traspasar y me dará los perdidos signos y palabras que necesito. Cuánto tiempo llevara enterrado aquí olvidado por todos, salvo por aquellos que levantaron las piedras de la colina y aquellos que más tarde descubrieron este lugar y edificaron su casa no puedo conjeturarlo. Fue en demanda de este Ser, más allá de toda duda, por lo que Hendrik van der Heyl llegó a Nueva Holanda en 1638. Los hombres de esta tierra nada saben de Él, excepto en secretos susurros de los pocos y atemorizados iniciados que han encontrado o recibido la clave. Ningún ojo humano se ha posado jamás sobre Él... salvo, quizás, los de los desesperados magos de esta casa que es más profunda de lo que se supone.
Con el conocimiento de los símbolos se alcanza una especie de maestría en los 7 Perdidos Signos del Terror... y un tácito reconocimiento de las espantosas y demenciales Palabras de Miedo. Sólo queda entonar el Cántico que transfigurará al Olvidado que es el Guardián del Antiguo Umbral. Me maravillo enormemente ante el Cántico. Esta compuesto de extraños y repelentes sonidos guturales, y otros perturbadoramente sibilantes que no recuerdan a ningún lenguaje que haya conocido... ni siquiera en los más negros capítulos del Livre d’Eibon. Cuando visité la colina al ocaso, traté de leer en voz alta, pero convoqué, como respuesta, tan sólo un vago y siniestro retumbar en el lejano horizonte, y una rala nube de polvo elemental que se retorcía y giraba, como si fuera algún maligno ente viviente. Quizás no pronuncié correctamente las extrañas sílabas, o quizás es sólo en el Sabbath ese infernal Sabbath para que los Poderes de esa casa, sin duda, me reservan cuando la gran Transfiguración pueda ocurrir.
Sufrí un extraño periodo de miedo esta mañana. Creí recordar, por un instante, donde había visto ese desconcertante nombre de Sleght, y la posibilidad de lograrlo me colmó de demencial horror.


28 de Abril:
Hoy, ominosas nubes oscuras se han cernido intermitentemente sobre el círculo de la colina. He visto tales nubes otras veces anteriormente, pero sus contornos y disposición muestran ahora un nuevo significado. Son serpentinas y fantásticas, curiosamente parecidas a las formas de sombra que ha encontrado en la casa. Flotan en un círculo alrededor del crómlech primordial, revolviéndose constantemente, como dotadas de siniestra vida y propósitos. Podría jurar, asimismo, que intercambian susurros furiosos. Tras unos 15 minutos, derivaron lentamente, siempre hacia el este, como los miembros de un disperso batallón. ¿Serán realmente aquellos temidos Elementales que Salomón conoció antiguamente... aquellas gigantescas entidades negras cuyo número es legión y a cuyo paso tiembla la tierra?
Ha estado repasando el Cántico que puede transfigurar al Ser indescriptible, aunque extraños miedos me asaltan cada vez que pronuncio para mí las sílabas. Encajando toda la evidencia, he descubierto ahora que el único camino hacía ello es por la bóveda cerrada. Esa cripta está construida con algún propósito infernal y debe esconder la oculta madriguera que lleva al Cubil Inmemorial. Que Guardianes viven eternamente en su interior, medrando de siglo en siglo gracias a desconocidos alimentos, solo la locura puede conjeturarlo. Los brujos de está casa, que los convocaron del mundo inferior, los conocieron demasiado bien, como los estremecedores retratos y recuerdos de la casa revelan.
El mayor de mis problemas es el límite natural del Cántico. Evoca al innombrable, pero no provee de métodos para el control de lo evocado. Hay, por supuesto, signos y gestos generales, pero si serán efectivos contra un Elemental es algo que está por ver. Aún así, las recompensas son suficientemente grandes como para correr cualquier peligro... y no podría retroceder aun deseándolo, ya que una desconocida fuerza me obliga abiertamente a ello.
He descubierto un obstáculo más. La bóveda cerrada debe ser atravesada, pero no puedo encontrar la llave de tal lugar. El cerrojo es demasiado fuerte para forzarlo. Que la llave está en algún lugar, es algo sobre lo que no tengo ninguna duda. Debo buscar diligente y minuciosamente. Debo armarme de valor para abrir esa puerta de hierro, pero, ¿Qué horrores prisioneros no asecharán en su interior?

Más Tarde:
He rehuido el sótano durante los últimos 2 días, aunque a última hora de la tarde he descendido de nuevo a aquellos prohibidos recintos.
Al principio había un silencio total, pero en menos de 5 minutos el rozar y murmurar comenzó de nuevo, una vez fue más alto y terrorífico que en cualquier ocasión previa, y, además, reconocí el deslizarse que indica alguna monstruosa bestia marina... en esta ocasión, crecía de volumen de una forma tan rápida que crispaba los nervios, como si el ser tratara de abrirse paso por el portón hasta donde yo estaba.
Mientras sus movimientos aumentaron de volumen, de una forma incansable y siniestra, comenzaron a sonar las infernales e indefinibles reverberaciones que escuchara en mi segunda visita al sótano, aquellas amortiguadas vibraciones que parecían de lejanos horizontes, como un trueno distante. Ahora, no obstante, su volumen estaba magnificado y multiplicado, y su timbre espantaba con nuevas y terroríficas implicaciones. No pude comparar el sonido con nada mejor que con el bramido de algún temible monstruo de la pretérita edad de los reptiles, cuando los horrores primordiales vagaban por la tierra, y los hombres serpientes de Valusia alzaron sus piedras fundacionales de maligna magia. Un bramido así pero elevado hasta ensordecedoras cotas que ninguna garganta orgánica conocida podría alcanzar era este estremecedor sonido. ¿Osaré abrir la puerta y enfrentarme a la embestida de lo que aguarda más allá?


29 de Abril:
Ha aparecido la llave en la bóveda. La encontré este mediodía en la pequeña alcoba escondida entre chucherías, en el cajón de un viejo cofre, como si se hubiera hecho algún tardío esfuerzo por ocultarla. Estaba envuelta en un deshecho periódico fechado el 31 octubre de 1872, pero había un envoltorio interior de espantosa piel evidentemente -el retal de algún reptil desconocido- que ostenta una leyenda en bajo latín en la misma escritura enrevesada que la del diario que encontré. Como había pensado, el cerrojo y la llave son infinitamente más antiguos que la bóveda. El viejo Claes Van der Heyl la preparó para algo que él, o sus descendientes, pensaban hacer... y cuánto más antiguo son, es algo que no puedo estimar. Descifrando la leyenda en latín, me estremecí ante un nuevo acceso de temor latente y espanto indescriptible.
“Los secretos de los monstruosos Primordiales -rezaba el enrevesado texto-, cuyas crípticas palabras hablan de los mundos ocultos que existieron antes del hombre; las cosas que nadie en la Tierra debe aprender, a no ser que la paz le abandone por siempre, y que nunca serán por mí reveladas. De Yian-Ho, esa perdida y prohibida ciudad de incontables eones cuyo emplazamiento no debe mencionarse, donde estuve en la verdadera carne de este cuerpo, tal y como ningún otro viviente ha hecho. Allí lo encontré, y por eso lo llevé conmigo: este conocimiento que olvidaría de buena gana, pero no puedo. He aprendido cómo salvar una brecha que no debía ser cruzada, y debo reclamar sobre la Tierra a Esa Entidad que no debe ser despertada o convocada. Y lo que es enviado a seguirme no me permitirá descansar hasta que yo, o mis descendientes, encontremos y hagamos lo que debe ser encontrado y hecho.
“Eso que he despertado y traído conmigo, no puedo alejarlo. Ya que está escrito en el Libro de las Cosas Ocultas. Esto que he convocado ha enroscado su espantosa figura a mi alrededor y -si no vivo lo bastante para cumplir lo ordenado- sobre aquellos niños nacido o nonatos que me seguirán, hasta que el mandato sea cumplido. Extrañas serán sus uniones, y espantosa la ayuda que deberán prestar hasta que el fin sea alcanzado. En las tierras desconocidas y brumosas deberán buscar, y una casa será construida para los Guardianes Exteriores.
“Ésta es la llave del cerrojo que me fue dado en la temible, antigua de eones y prohibida ciudad de Yian-Ho, el cerrojo que yo o los míos, debemos emplazar sobre el vestíbulo donde Esa Entidad puede ser encontrada. Y quieran los Señores de Yaddith socorrerme, o socorrer a quien deba poner este cerrojo en su sitio o girar la llave.”
Tal era la leyenda... una leyenda que, una vez leída, me pareció haber conocido antes. Ahora, mientras escribía estas palabras, tengo ante mí la llave. La miro con mezclado miedo y anhelo, y no puedo encontrar palabras para describir su aspecto. Es del mismo metal desconocido, helado y ligeramente verdoso del cerrojo, un metal cuya mejor comparación es el bronce empañado de verdín. Su diseño es extraño y fantástico, y su forma de ataúd no deja dudas acerca del propósito del cerrojo. Las toscas formas del mango forman una extraña e inhumana imagen cuyos perfiles exactos e identidad no puedo ahora describir. Sopesándola durante un espacio de tiempo, me pareció sentir una extraña y anormal vida en el frío metal... un latido o pulso demasiado tenue para ser reconocido de ordinario.
Bajo el ídolo hay un grabado una leyenda débil y desgastada por los eones, cincelada con esos blasfemos jeroglíficos de aspecto chino que he llegado a reconocer tan bien. Sólo puedo descifrar el comienzo -las palabras 'Mi venganza acecha'-, tras lo que el texto se vuelve indescifrable. Hay alguna fatalidad en este oportuno hallazgo de la llave... ya que mañana tendrá lugar el infernal Sabbath. Pero aunque bastante extraña, de toda esta odiosa espera, la cuestión del nombre Sleight me molesta más y más. ¿Por qué debo temer encontrar que está ligado con los Van der Heyl?

Víspera de Walpurgis. 30 de Abril:
 Ha llegado el momento. Despertaré la pasada noche para ver el cielo resplandecer con una incesante radiación verdosa... el mismo verde enfermizo que he visto en los ojos y piel de ciertos retratos de aquí, en el espantoso cerrojo y llave, en los monstruosos menhires de la colina y en un millar de otros reflejos de mi conciencia. Hubo estridentes susurros en el aire, sibilantes pitidos como los del viento alrededor de aquel temible crómlech. Algo me hablaba desde el helado éter del espacio y dijo: 'La hora se aproxima.' Es un presagio, y me río de mis propios miedos. ¿Acaso no tengo las terribles palabras de los Siete Signos Perdidos del Terror... el poder coercitivo sobre cualquier Morador del cosmos o de los oscurecidos espacios desconocidos? No dudaré mucho tiempo.
Los cielos están muy oscuros, como si una terrible tormenta se aproximase, una tormenta aún más terrible cerca de una quincena atrás. Desde el poblado como a un kilómetro escucho un extraño y desusado farfulleo. Es como pensaba: esos pobres y desgraciados idiotas están en el secreto y guardan el espantoso Sabbath en la colina.
Aquí, en la casa, las sombras se hacen más densas. En la oscuridad, la llave parece relucir ante mis ojos con una luz verdosa propia. Aún no he estado en el sótano. Es mejor que esperé, no sea que el sonido de esos murmullos y roces -esas reverberaciones deslizantes y amortiguadas- me enerven antes que pueda abrir la puerta del destino.
De lo que voy a hallar, y puede ser, sólo tengo una idea de lo más general. ¿Encontraré mi meta en la bóveda misma, o debo arrastrarme aún más profundo en el nocturno corazón de nuestro planeta? Hay cosas que no debo entender -o mejor, prefiero no entender- a pesar del terrible, creciente e inexplicable sentido de pasada familiaridad con esa espantosa casa. Esa rampa, por ejemplo, que lleva abajo desde la pequeña habitación cerrada. Pero pienso que sé por qué el ala con la bóveda se extiende hacia la colina.

6 p.m.:
Mirando por las ventanas del norte, puedo ver un grupo de aldeanos en la colina. Parecen ignorar el cielo nublado, y están cavando cerca del gran menhir central. Pienso que están trabajando en el pozo de piedra que parece como la estrangulada entrada de un túnel. ¿Qué va a pasar? ¿Cuánto de los antiguos ritos del Sabbath retiene esa gente? Esa llave reluce horriblemente, no es mi imaginación. ¿Osaré usarla como debe ser usada? Otro asunto me ha perturbado grandemente. Ojeando nerviosamente un libro de la librería, he dado con el nombre completo que ha fastidiado tan enojosamente mi memoria. Trintje, esposa de Adriaen Sleight. El Adriaen me lleva al borde del recuerdo.

Medianoche:
El horror se ha desencadenado, pero no debo flaquear. La tormenta ha roto furia pandemónica, y el rayo ha golpeado la colina por 3 veces, aunque los híbridos y malformados aldeanos se han refugiado en el interior del crómlech. No puedo verlos entre los constantes relámpagos. Las grandes piedras enhiestas se ven espantosamente y muestran una débil luminosidad verde que las identifica cuando no hay rayos. El retumbar de los truenos es espantoso, y cada uno de ellos parece recibir una horrible respuesta desde algún punto imposible de determinar. Mientras escribo esto, las criaturas de la colina han comenzado a cantar, aullar y gritar en una versión degradada y medio simiesca del antiguo ritual.
Llueve a mares, pero ellos, brincan y vociferan en una especie de diabólico éxtasis.
-¡Iä! ¡Shub-Niggurath! ¡La cabra con un Millar de Retoños!
Pero lo peor sucede dentro de la casa. Aun desde aquí, he comenzado a oír sonidos desde el sótano. Es el roce y el susurro y deslizar y las amortiguadas reverberaciones de la bóveda...
Los recuerdos vienen y van. El nombre de Adriaen Sleight resuena extrañamente en mi mente. El yerno de Dirk Van der Heyl: su hija era nieta del viejo Dirk y bisnieta de Abaddon Corey...

Más Tarde:
¡Dios misericordioso! Por fin he recordado donde he visto ese nombre. Lo sé, y estoy sumido en el horror. Todo está perdido...
La llave ha comenzado a calentarse mientras la oprimo nerviosamente en la mano izquierda. A veces el vago latir o pulsar es tan marcado que puedo casi sentir moverse el metal viviente. Vino de Yian-Ho para una terrible misión, y en mí quien demasiado tarde conoce la débil traza de sangre Van der Heyl que ha pasado, a través de los Sleight a mi propia familia ha recaído la odiosa tarea de cumplir tal misión.

Han desaparecido mi valor y mi curiosidad. Sé del horror que asecha más allá de esa puerta de hierro. ¿Qué importa si Claes Van der Heyl era mi antepasado? ¿Debo yo expiar su innombrable pecado? No lo haré... ¡Juro que no lo haré! (Aquí la escritura se vuelve indescifrable.) demasiado tarde... no hay remisión... las zarpas negras se materializan... y me arrastran hacia el sótano...



COMIC: "La Ciudad Sin Nombre", H.P. Lovecraft. Esteban Maroto















COMIC: "El ceremonial", H.P. Lovecraft. Esteban Maroto























viernes, 7 de octubre de 2016

RELATO: "El ser en el umbral", H.P. Lovecraft (1ª parte)






El ser en el umbral


H.P. Lovecraft 




I.

Admito que he disparado seis balas la cabeza de mi mejor amigo. Ahora bien, pese a esta confesión, me propongo demostrar que no puedo considerarme un asesino. Muchos dirán que estoy loco tal vez bastante más loco que el hombre a quien di muerte en una de las celdas del manicomio de Arkham. Confío en que mis lectores juzguen los elementos que iré relatando, los contrapongan con las evidencias conocidas y lleguen a preguntarse si alguien podría haber tenido una conducta distinta a la mía frente a un horror como el que debí experimentar, ante aquel ser en el umbral. 
Hasta cierto momento, muy al comienzo, no alcancé a ver más que locura en las singulares historias que paulatinamente me fueron envolviendo. Aún hoy me pregunto si mi percepción era la correcta o si, a pesar de mi convicción, también yo no estaré extraviado en la demencia. No puedo saberlo a ciencia cierta; sin embargo existen otros que pueden contar, si quieren, cosas muy extrañas acerca de Edward y Asenath Derby. Ni siquiera los pragmáticos policías saben cómo explicar aquella visita final cuya memoria tratan de abandonar. Rutinariamente han elaborado la endeble teoría de un terrible escarnio o venganza de unos criados despedidos, pero aun ellos saben en su fuero íntimo que la verdad es mucho más vasta, terrible y casi increíble. 
Como decía, afirmo que no soy el asesino de Edward Derby. Por el contrario: he sido un vengador y con mi acto ahorré al mundo un horror que, si sobreviviera, podría haber causado una insospechable devastación en toda la humanidad. Junto a nuestros rutinarios senderos cotidianos existen regiones de sombras; de tanto en tanto algún alma maligna avanza desde ellos hacia nosotros. Si alguien advierte esa incursión tiene la obligación moral de aniquilarla sin piedad si no quiere exponerse a pagar un inmenso y terrible precio. 
Edward Pickman Derby era alguien a quien conocía de toda la vida. Si bien ocho años menor que yo, lo cierto era que cuando yo tenía dieciséis, ya manteníamos muchos intereses en común. Nunca he conocido a un estudiante más genial que él: a los siete era ya un consumado poeta de versos lóbregos, fantásticos, morbosos, que causaban el asombro de sus preceptores. Tal vez la razón de su precocidad deba buscarse en la esmerada educación privada que recibió desde muy temprano y en los excesivos mimos que colmaron su existencia. Fue hijo único, con fragilidades físicas que fueron desvelo de sus amantísimos padres, quienes no dejaban que en ningún momento estuviera fuera del alcance de la vista y de sus excedidos cuidados. Nunca nadie lo vio fuera de su casa sin estar flanqueado por su niñera y podría decirse que jamás llegó a jugar libremente con los demás niños. Todos estos factores operaron sin duda alguna forjando en el joven Derby una vida interior peculiar, reservada, reprimida, con una sola vía de escape: la imaginación.
Consecuentemente, sus estudios lo revelaron como un joven sorprendente, de noble capacidad, y su pasión por escribir me maravilló desde un comienzo, pese a que lo aventajaba en casi diez años. Por esa época yo mismo estaba atraído por singulares inclinaciones artísticas hacía lo grotesco, característica que me hizo encontrar en aquel joven un espíritu gemelo. Compartíamos un mismo entusiasmo por lo tenebroso y lo fantástico, pasión que descargábamos inicialmente en la antigua, decrépita y ciertamente amenazante ciudad en la que ambos vivíamos: la encantada y mágica Arkham, cuyos arracimados y desvencijados tejados de tipo holandés y desbastadas balaustradas georginas desgranaban el paso del tiempo junto a las márgenes de las sibilantes y negras aguas del río Miskatonic. 
Con el correr del tiempo, terminé por decidirme a seguir estudios de arquitectura y archivé el proyecto de ilustrar un libro con los siniestros poemas de Edward, sin que ese renunciamiento significara la menor mella para nuestra amistad. El exuberante talento del joven Derby continuó manifestándose con el mismo brillo de sus primeros tiempos y apenas cumplidos los dieciocho años, una recopilación de sus oníricos poemas, titulada Azathoth and Others Horrors, provocó una encrespada reacción entre la crítica. Por entonces mantenía una estrecha correspondencia con el famoso poeta baudelairiano Justin Geoffrey, el autor de The People of the Monolith, el mismo que murió en medio de alaridos en 1926 en un manicomio, tras visitar un ominoso poblado de Hungría cuya memoria es mejor no conservar. 
Sin embargo, en materia de autoestima y resolución de cuestiones prácticas, la mimada existencia a que había sido acostumbrado convertía a Edward en un verdadero desastre. Al cabo del tiempo, su salud fue mejorando; todo lo contrario ocurrió con sus costumbres de dependencia infantil inculcadas por padres extraordinariamente sobreprotectores. Era natural entonces que de mayor mostrara una exasperante incapacidad para cuestiones tales como viajar solo, tomar decisiones o asumir responsabilidades. Rápidamente advirtió que sin duda su futuro no estaba en el campo de los negocios o en el profesional. Pero ni él ni la familia se preocuparon demasiado puesto que el patrimonio familiar era lo suficientemente cuantioso como para demorarse siquiera en estas preocupaciones. En plena madurez conservaba el mismo aspecto de rozagante y engañosa juventud de sus tiempos de estudiante. Rubio, de ojos azules, con el cutis de un niño; sólo después de muchos sacrificios lograba que los demás reparasen en sus intentos de dejarse el bigote. Su voz era suave y nítida; la tranquila vida que llevaba le permitía conservar un saludable y estilizado aspecto juvenil desestimando la proverbial panza que delataba casi siempre una madurez prematura. Tenía una estatura conveniente y sus hermosas facciones le habrían permitido ser un cotizado galán si su timidez no hubiese representado una infranqueable barrera para tales frivolidades que en él siempre eran conjuradas con una prudente reclusión en el mundo de los libros.
Sus padres lo llevaban a Europa todos los veranos, por lo que no demoró demasiado en captar con perspicacia los rasgos más nítidos del pensamiento y la expresión artística del viejo continente. Paralelamente, su talento, de extracción claramente asociable a Poe, fue degradándose mientras otros fantasmas e inclinaciones artísticas iban naciendo en él. Era el tiempo en que nos sumíamos en interminables discusiones. Por entonces yo ya había conseguido licenciarme en Harvard, había trabajado en un estudio de arquitecto en Boston, había contraído enlace y había regresado a Arkham a ejercer la profesión. Me había instalado en la casa familiar de Saltonstall Street, ya que mi padre decidió trasladarse a Florida debido a su salud. Todas las tardes recibía la visita de Edward, con lo que en poco tiempo fue considerado como un familiar más de la casa. Era inconfundible su manera de tocar el timbre o de golpear en el llamador, características que con el tiempo acabaron convirtiéndose en contraseña. Así, todos nos preparábamos después de la cena para escuchar los tres golpes secos que, luego de una pausa, eran acompañados de otros igualmente secos. La frecuencia con que yo iba a su casa era mucho menor, donde me entretenía en admirar los antiguos volúmenes que con ritmo sostenido acrecentaba su biblioteca. 
Derby obtuvo su licenciatura en la Universidad de Miskatonic; era natural que así fuese ya que sus padres no le habrían dejado vivir por nada del mundo fuera del alcance de sus cuidados personales. Llegó a la Universidad a los dieciséis años y tres años después ya era licenciado en literatura francesa e inglesa, con las mejores notas en todas las materias, excepto en matemáticas y ciencias. Hizo escasas y nulas amistades con los demás estudiantes, por más que fue perceptible una cierta admiración por ese grupo de jóvenes a los que cabría denominar “audaces”, “bohemios”, “vanguardistas”, cuyas costumbres iconoclastas, lenguaje ingenioso y poses irritantes le habría gustado imitar. 
El tránsito por esas regiones literarias lo empujó hacia los rincones esotéricos y mágicos, saberes sobre los que la biblioteca de Miskatonic contaba, y aún cuenta, con volúmenes de una riqueza que la han hecho justamente famosa. Se convirtió en un voraz especialista en estos temas. A espaldas de sus padres, se entregaba a consumir cosas tales como el horrible, Book of Eibon, el Unaussprechlichen Kulten de von Junzt y el ancestral Necronomicón del enajenado árabe Abdul Alhazred. Edward contaba con veinte años cuando nació mi primer y único hijo, y pareció muy complacido al saber que le pondría de nombre Edward Derby Upton como homenaje a él. 
Cumplidos los veinticinco años, Edward era hombre afamado por su inmensa cultura, poeta y narrador de relatos muy conocidos entre el público, pero no obstante en su obra aparecía con claridad la carencia de relaciones humanas y el exceso de formación puramente libresca que aquejaba a su autor. Sin duda, yo era su amigo más cercano. Él me proporcionaba una cantera inagotable de tópicos teóricos. Por su parte, él buscaba mí opinión sobre los temas que no quería consultar con sus padres. Continuaba soltero, aunque cabe señalar que más por timidez, negligencia y sobreprotección paterna que por genuina opción al celibato. Al desatarse la guerra, su mala salud y los rasgos más ostensibles de su personalidad determinaron que se quedara en casa. Mi destino inicial fue Plattsburg, aunque en los hechos nunca llegué a cruzar el Atlántico.
Así transcurrió el tiempo. Cuando Edward tenía treinta y cuatro años, falleció su madre, hecho que lo sumió en una suerte de bloqueo psicológico que le produjo una inactividad total. Su padre se lo llevó de nuevo a Europa, donde logró reponerse de la enfermedad en forma aparentemente total. Poco después se sintió asaltado por una extraña euforia, como si se hubiera liberado de un opresivo cautiverio. Fueron los tiempos en que se le veía siempre junto al grupo de estudiantes a los que se consideraba “vanguardistas” y tomó parte en ciertos actos de gran turbulencia. Cierta vez fue objeto de un chantaje y debió pagar -con dinero que le presté yo- una crecida suma para que alguien no contara al padre su intervención en un asunto por cierto turbio. Los rumores que circulaban sobre la violenta banda de Miskatonic eran realmente alarmantes. Se llegó a hablar de magia negra y de ejecución de actos que estaban más allá de todo lo sensatamente creíble.


II.


Asenath Waite apareció en la vida de Edward cuando éste tenía treinta y ocho años. Por entonces ella debía tener unos veintitrés y tomaba curso especial sobre la metafísica de la Edad Media en la Universidad de Miskatonic. La hija de un buen amigo mío era amiga de la infancia de la muchacha -habían cursado juntas la escuela Hall de Kingsport-, pero últimamente se veía obligada a rehuirla a causa de la mala fama de la joven. Esta era morena, pequeña y muy atractiva pese a sus ojos saltones; sin embargo, algo indefinible en su expresión hacía que la gente sensible evitara su trato. A los demás, los ahuyentaba el origen de la joven y los temas que excluyentemente monopolizaban su conversación. Era descendiente de la rama de los Waite de Innsmouth; generación tras generación, se habían urdido docenas de tétricas leyendas sobre la devastada y semiabandonada población de lnnsmouth y sus habitantes. Aún hoy se oye hablar de horrendos pactos firmados alrededor de 1850 y de un abominable ser “no del todo humano” que se imbricó en las más antiguas familias del hoy casi inexistente puerto de pescadores, historias todas que sólo un yanqui de antigua prosapia puede lucubrar y difundir con el debido sentimiento de horror. 
Volviendo a Asenath, su situación genealógica se complicaba por ser hija de Ephraim White y por representar el fruto de sórdidas relaciones que éste había mantenido en plena senectud con una desconocida a la que nunca nadie consiguió ver. Ephraím vivía en una arruinada mansión de Washington Street. Los conocedores del lugar -hay que establecer que la gente de Arkham hace lo posible para evitar el paso por Innsmouth- contaban que las ventanas de la buhardilla siempre permanecían tapiadas con gruesos tablones burdamente clavados y que al caer la noche se oían extrañas voces en el interior de la destartalada casa. El viejo Waite tenía fama de haber sido en sus tiempos mozos un gran conocedor de los temas de magia y se dice que por entonces podía causar o sofocar temporales en el mar. Por mi parte, de joven lo había visto una o dos veces, cuando había venido a Arkham a consultar unos antiquísimos volúmenes dedicados a saberes arcanos que enriquecían la biblioteca de la Universidad. Recuerdo que me resultaron insoportables el patibulario y melancólico mirar y las completamente descuidadas matas de barba que colgaban de la cara. Murió loco en circunstancias nunca debidamente aclaradas, poco antes de que la hija llegara a la escuela Hall. La muchacha tenía rasgos del padre, en especial su a veces diabólica mirada.
Mi amigo, el padre de la muchacha que había sido compañera de Asenath, me recordó muchos episodios curiosos cuando empezó a divulgarse la relación entre ella y Edward. Según esos datos. Asenath se hacia pasar por maga en la escuela y, en efecto, asombraba a sus compañeros con algunos prodigios en verdad inexplicables. Sostenía que podía desencadenar tormentas, pero su habilidad más notoria era la capacidad de predecir con exactitud cuanto se proponía o le proponían. Los animales rehuían su presencia y, a distancia, con unos casi imperceptibles movimientos de una mano derecha hacia aullar a cualquier perro. Otras veces demostraba conocimientos prodigiosos y hablaba lenguas absolutamente inusuales para una adolescente. 
Mucho más alarmantes eran los casos completamente verificados de su influencia sobre otras personas. Manejaba el hipnotismo como si fuera un juego de niños. La compañera que era mirada fijamente a los ojos por Asenath tenía la sensación de estar en proceso de transmutación de la personalidad, como si quien estuviera bajo hipnosis pasara a habitar el cuerpo de la hechicera y consiguiera mirar desde otro punto a su verdadero cuerpo, en el que resaltaban unos ojos siempre resplandecientes, con una expresión de enajenación. Famosas eran las afirmaciones de Asenath acerca de la naturaleza de la conciencia y de su independencia de la estructura física. La única insatisfacción que revelaba la joven era la de no haber nacido varón, pues. según ella, el cerebro del hombre poseía unas facultades cósmicas singulares, de alcance infinito. Sí tuviera el cerebro de un hombre, decía, estaría en condiciones no sólo de igualar sino hasta de sobrepasar al padre en el manejo de las fuerzas cósmicas. 
Edward conoció a Asenath en una de las reuniones que celebraba la “vanguardia” universitaria. Al día siguiente, cuando vino a yerme, no era capaz de hablar otra cosa que no fuera la joven Waite. Según él, compartían los mismos intereses e inclinaciones intelectuales y, además, estaba encantado con su aspecto físico. Por mi parte, nunca había visto a Asenath, pero tenía referencias de ella. Y ellas me hacían parecer lamentable que Edward estuviera tan locamente enamorado de semejante mujer, pero me cuidé mucho de decirle nada, pues bien sé que las criticas suelen hacer más vigorosas estos encaprichamientos. Por su parte, el joven Derby parecía dispuesto a no hablar del asunto a su padre.
Las semanas siguientes, Derby las dedicó a hablarme sólo de Asenath. Por entonces ya eran de dominio público los amores otoñales de Edward, a pesar de que él distaba mucho de representar la edad que tenía y no hacía mal papel junto a tan peculiar belleza. No importaba demasiado un incipiente abdomen producto de su descuido físico y en el rostro no había asomos de arrugas. Por su parte, Asenath tenía a ambos lados de los ojos las características patas de gallo que suelen verse en las personalidades férreas como consecuencia de las tensiones constantes a que están expuestas. Finalmente, un día Edward vino a yerme en compañía de la muchacha y entonces pude comprobar que la corriente de afecto entre ellos no era unilateral. Ella permanecía casi comiéndoselo con la mirada y supe que la relación de ambos sabría vencer cualquier obstáculo que se le opusiera. Pocos días después de aquella ocasión llegó hasta mí casa el anciano señor Derby, hombre que me inspiraba el mayor de los respetos y admiración. Enterado de la nueva amistad de su hijo, había logrado sonsacarle toda la verdad al joven. Edward pensaba en matrimonio y ya se había puesto la búsqueda de casa en el barrio residencial de la ciudad. Perfectamente al tanto de la influencia que solía ejercer sobre el joven Derby, el padre había acudido a mi para rogarme que hiciera algo con el fin de evitar tal destino, pero, decidido a ser honesto antes que caritativo, le transmití mis serias dudas de un logro en aquel sentido. El punto no era esta vez el carácter poco firme de Edward, sino el extraordinariamente fuerte de la mujer. El sempiterno niño que era Edward había transferido la dependencia de la imagen paterna a otra imagen mucho más poderosa y sobre eso nada se podía hacer.
Un mes después se celebró la boda ante el juez de paz, según deseo de la novia. Convencí al señor Derby para que no se opusiera y así él, mi mujer yo asistimos a la ceremonia. Los demás invitados eran unos cuantos estudiantes universitarios más que "vanguardistas” francamente exaltados. Asenath compró la vieja finca de Crowninshield, ubicada en campo abierto al final de High Street, donde pensaba instalarse la pareja de recién casados, luego de un corto viaje a Inssmouth. de donde traerían tres criados, algunos libros y unos pocos utensilios para el nuevo hogar. Daba la impresión de que lo que volcó a Asenath hacia Arkham no fue tanto una consideración hacia Edward y su padre, sino más bien la satisfacción de su deseo de estar cerca de la Universidad, de la biblioteca y de su grupo de jóvenes universitarios. 
Al volver a ver a Edward tras su luna de miel, lo noté algo cambiado. Por complacer a su esposa se había afeitado el incipiente bigote, pero eran perceptibles otros cambios. Se mostraba más reservado, más pensativo, más triste. En un comienzo no pude establecer si me gustaba o no el cambio operado en mi amigo, pero era evidente, que parecía haber madurado. Tal vez el matrimonio fuese algo que lo ayudara. Me contó que Asenath se había quedado en casa pues estaba muy atareada con el imponente montón de libros y objetos que habían traído desde Innsmouth -pronunció este nombre y se estremeció-y, además, se ocupaba personalmente de arreglar la casa y la finca de Crowninshield. 
Esa casa -que era la de Asenath- tenía un aspecto bastante desagradable, pero allí la joven había aprendido cosas sorprendentes a partir de ciertos objetos que se encontraban en ella. Con la ayuda de Asenath. Edward hacía grandes progresos en materia de conocimientos esotéricos. Algunos experimentos que le enseñaba la joven eran ciertamente drásticos -tanto que Edward nunca se animó a detallármelos-, pero no tenía dudas sobre las intenciones de su esposa. Los tres criados eran muy extraños. Dos de ellos eran incalculablemente ancianos y habían trabajado para el viejo Ephrairn; de tanto en tanto se referían a él y la madre de Asenath de un modo inexplicable. La tercera era una joven trigueña de rasgos deformes y que constantemente despedía olor a pescado.


III.


A partir de entonces fui viendo a Edward cada vez menos. Al principio pasaban hasta tres semanas sin que sonaran en mi puerta los tres golpes familiares seguidos de los otros dos. Cuando me visitaba -o cuando muy excepcionalmente iba yo a su casa- era notorio su desinterés por conversar de los temas que hasta en entonces nos habían sido comunes. Se mostraba muy reservado para referirse a los estudios esotéricos que antes tan animadamente solía describir y discutir, y nunca mencionaba a su mujer. Esta se veía terriblemente envejecida desde el momento de la boda hasta el extremo que parecía ser la mayor de la pareja. La decisión se había tornado mucho más marcada en su rostro y una serie de detalles de por sí indescriptibles confluían para darle un aspecto decididamente repulsivo. Esa impresión caló tanto en mí mujer como en mí hijo, por lo que al cabo de poco tiempo dejamos de visitarlos, circunstancia que, según Edward -con su proverbial falta de tacto-, provocaba gran alivio en Asenath. De tanto en tanto, los Derby emprendían algún viaje; por lo general comunicaban que el destino era Europa, pero a veces Edward sugería lugares bastante más lóbregos.
Un año después del matrimonio, la gente rumoreaba acerca de los cambios experimentados por Edward. Sí bien la variación advertida era de orden fundamentalmente psicológicos, las habladurías no pasaban por alto ciertos otros datos de interés. Se decía que en algunas ocasiones Edward adoptaba conductas en absoluto compatibles con su naturaleza para nada robusta. Se decía, por ejemplo que, por más que antes de casarse no sabía conducir, ahora se le veía constantemente entrar y salir de Crowninshield manejando el poderoso Packard de Asenath e introducirse con una envidiable habilidad en el enmarañado tránsito ciudadano. En esos momentos, dejaba la impresión de estar regresando de algún sitio o de disponerse a emprender algún viaje, aunque nadie podía establecer ni el sitio de partida ni el de llegada; la gente sólo podía asegurar que la mayor parte de las veces se le veía transitar por el camino que lleva a lnnsmouth. 
Estos cambios no cayeron bien. Para la gente, ahora Edward se parecía mucho a su mujer y al viejo Ephraim, al menos en ciertas ocasiones. Otras veces lo veían regresar, muchas horas después de haber salido; con un aspecto ausente y negligentemente tirado sobre el asiento trasero del coche, que era conducido por un chófer especialmente contratado para tal efecto. Quienes le conocían de vieja data reparaban el acentuamiento de la pusilanimidad que desde siempre lo había acompañado. En tanto el rostro de Asenath mostraba un aceleradísimo envejecimiento, el de Edward denotaba una mayor inmadurez, excepto en los pocos momentos en que se teñía con esporádicas manchas de tristeza. Era difícil entenderlo. A esa altura, los Derby prácticamente no frecuentaban los ambientes de universitarios desprejuiciados, no tanto porque tales formas de vida los hubiesen hastiados, sino más bien debido a que los estudios e inclinaciones que absorbían su tiempo espantaban incluso a los más osados de aquellos estudiantes.
Durante el tercer año de su matrimonio, Edward comenzó a confiarme muy esporádicamente que sentía temor e insatisfacción. De vez en cuando dejaba caer la enigmática observación de que las cosas habían llegado demasiado lejos” y más a menudo se refería a una cierta necesidad de “recobrar la identidad”. Inicialmente no hice caso de tales manifestaciones, pero como él insistiera, con mucho tacto, me animé a hacerle preguntas, sobre todo porqué no podía apartar de la memoria lo que había oído a la hija de mi amigo sobre la capacidad de Asenath para dominar por hipnosis a sus compañeras de estudios, quienes sostenían que durante los trances sentían que habitaban otro cuerpo desde el que miraban al suyo propio en otro lugar de la habitación. Edward recibía mis inquisiciones con una mezcla de alarma y tranquilidad, pero llegado hasta cierto punto de la confesión, la cerraba prometiéndome que ya más adelante hablaríamos sin ninguna clase de obstáculos. 
Poco después falleció el padre del joven Derby y entonces no supe que llegaría el momento en que yo me alegraría de que hubiese abandonado este mundo en aquel momento. Edward se sintió lógicamente afectado por la pérdida, pero dentro de una modalidad que sólo cabría dominar normal. Desde su boda, sólo había visto a su padre unas pocas veces. Asenath se las había ingeniado para que concentrara en ella toda la necesidad de Edward de volcar en alguien los vínculos familiares. La gente comentaba que en realidad poco le había importado la muerte del padre y asociaban la pérdida del afecto filial al aumento de la petulancia que ostentaba sentado ante el volante del auto. Mi amigo sintió una profunda necesidad de mudarse a la vieja casa familiar, pero no pudo convencer a Asenath; quien manifestó obstinadamente sentirse muy a gusto donde estaba.
Los Derby conservaban apenas una amistad, una mujer que también era amiga de mi esposa. Cierta vez le confió que en ocasión de llegar hasta más allá del final de High Street para hacer una visita a los Derby, fue sorprendida al llegar por una de aquellas raudas y ostentas salidas de Edward frente al volante. Se acercó a la puerta tocó el timbre y acudió la horrible criada para anunciarle que Asenath tampoco se encontraba en la casa. Mientras se retiraba, pudo ver el interior de la casa y junto a la biblioteca de Edward alcanzó a divisar fugazmente un rostro con una indecible expresión de dolor y desesperanza. En principio lo confundió con el de Asenath, pese a lo que habitualmente mostraban los rasgos de la mujer de Edward, pero más tarde la amiga de mi esposa no tuvo dudas de que los ojos de aquel rostro eran sin duda alguna los tristes y melancólicos del propio Edward. 
Mi amigo aumentó la frecuencia de las visitas y ciertas veces consiguió explayarse sobre algunas de sus enigmáticas afirmaciones. Lo que dijo en esas raras ocasiones no es de fácil credibilidad ni siquiera en Arkham pero la lógica con que volcó entonces las cuestiones esotéricas que lo preocupaban, amenazaban con perturbar el equilibrio mental del espectador más sensato. Se refería a siniestras reuniones en lugares apartados, a fantásticas ruinas en el corazón de Maine, bajo las que se encontraban infinitas escaleras que conducían a abismos indescriptibles, a peculiares ángulos que permitían ingresar a otras dimensiones del tiempo y el espacio, a transmutaciones de la personalidad, a otros mundos, a otros espacios y otros tiempos.
Para afirmar su discurso, de tanto en tanto me aportaba objetos que me producían una total perplejidad. Eran objetos de extraños colores y texturas, con curvas o planos que escandalizarían a cualquier geometría conocida. Ante mi curiosidad, sólo se limitaba a informarme que procedían del exterior y que Asenath era quien sabía cómo conseguirlos. Con voz cargada de temor, solía mencionar al viejo Ephraim Waite, a quien sólo había visto un par de veces en la biblioteca de la Universidad; su miedo giraba en torno a la duda sobre si el viejo se encontraba realmente muerto, en sentido físico y también espiritual. 
En determinados momentos interrumpía abruptamente su relato quedando todo él como suspendido en el vacío. Entonces no podía dejar de pensar que la interrupción era obra de Asenath, quien molesta por lo que mi amigo me confesaba, desde la distancia, por algún procedimiento, extraordinario, lo dejaba sin habla. Y, efectivamente, algo debió haber sospechado, puesto que poco después sus palabras y miradas hacia mí estaban inequívocamente cargadas de una terrible ferocidad Derby también comenzó a tener enormes dificultades para llegar hasta mi casa: aunque declarase ir a otro lugar, al encaminarse hacia casa, una fuerza inexplicable lo paralizaba o su mente quedaba en blanco sin poder discernir ya adonde se dirigía. Sólo llegaba hasta mi casa cuando Asenath se hallaba lejos, “lejos dentro de su propio cuerpo”, como llegó a decir cierta vez. Pero ella siempre terminaba enterándose de los movimientos de Edward, porque para eso tenía a los criados que vigilaban celosamente los desplazamientos de su marido. Lo cual demuestra que nunca consideró necesario adoptar medidas más contundentes para cortar de cuajo nuestra relación.