Ahriman
No me cavéis una tumba, Robert E. Howard
"Incluso quedaban algunas pruebas materiales, y todavía podían encontrarse. Estaban en la sabiduría y en el mandato de los maestros inmortales, a quienes erigieron templos los hombres en la Atlántida, Lemuria y Mu. En las torres desaparecidas en la prehistoria y en la bíblica torre de Babel, destruida por el diluvio. Fue el diluvio, producto del cataclismo, que había fraccionado y sumergido continentes, a causa de temblores producidos por el paso de enormes cometas, quien derribó los templos de los Grandes Diablos. Quedaron enterrados bajo el peso aplastante de los océanos o las masas montañosas del hielo polar. De alguna forma, una pequeñísima parte de la humanidad sobrevivió. Sobrevivió miserablemente durante épocas interminables de movimientos glaciales y evolucionando sólo gradualmente hasta una apariencia de civilización. Pero entre las culturas nuevas, se conservaron algunas de las antiguas como mitos, falseadas para formar las bases de las religiones nacientes. Algunos de los conocimientos también se conservaron por su vinculación con las construcciones de Stonehenge y Zimbabwe, los templos mayas, Angkor Wat y la Gran Pirámide. Pero todo esto fue manipulado por los nuevos dirigentes religiosos en favor de sus propios fines. Negaron la existencia de los Grandes Diablos, enmascarando su recuerdo bajo el disfraz de demonios -Ahriman, Set, Baal, Satán."
El horror que nos acecha, Robert Bloch
Orastes, con el Corazón de Ahriman, resucita a Xaltutun. "La Hora del Dragón"
(Roy Thomas y Gil Kane, Super Conan, nº 9)
"En medio del tenso silencio que reinaba en la sala, los cuatro pares de ojos permanecían fijos en la larga caja verde, cuyos extraños jeroglíficos tallados parecían tener vida y movimiento, por efecto de la tenebrosa luz. El hombre que se encontraba al pie del sarcófago trazó con su cirio una serie de signos mágicos en el aire. Luego colocó el cirio en el candelabro de oro oscuro que había al pie del ataúd y, al tiempo que murmuraba un sortilegio ininteligible, introdujo la ancha mano blanca en su túnica ribeteada de armiño. Cuando la sacó, en su palma ardía una gema que parecía una bola de fuego vivo.
Los otros tres, sin poder disimular su asombro, respiraron hondo, y el hombre moreno y corpulento que se hallaba a la cabeza del sarcófago susurró:
-¡El corazón de Ahrimán!
Y levantó la otra mano para imponer silencio.
Ninguno de los presentes desvió la mirada del sarcófago. Encima de la momia, el hombre de la túnica agitaba la piedra preciosa y murmuró un encantamiento que ya era antiguo cuando Atlantis se hundió en los océanos. El fulgor de la gema cegaba a los hombres. Nada de lo que ocurría estaba claro en sus mentes. Un instante después, como si una fuerza irresistible la empujara, la tapa tallada del sarcófago saltó. Los cuatro hombres, presa de una intensa ansiedad, se asomaron al interior del ataúd y vieron una forma acartonada, encogida y reseca, con los miembros del color herrumbroso de las ramas muertas entre polvorientos vendajes."
La Hora del Dragón, Robert E. Howard
Corazón de Ahrimán
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