Gigantes
"Las manos sin vida aún aferraban
las rotas empuñaduras de las espadas; las cabezas cubiertas con
cascos y echadas hacia atrás en el último estertor, alzaban
lúgubremente contra el cielo las barbas rojas y doradas, como en una
última invocación a Ymir, el gigante helado, dios de una raza
guerrera."
(...)
"-Mi aldea se encuentra más allá
de lo que tú puedes recorrer andando, Conan de Cimmeria -dijo ella
riendo.
Después extendió los brazos y se
balanceó delante de él, agitando sensualmente su dorada cabellera y
con los ojos centelleantes semiocultos detrás de sus sedosas
pestañas.
-¿No soy hermosa, oh, extranjero?
-Como el alba que juega desnuda
sobre la nieve -murmuró Conan con los ojos ardientes como los de un
lobo.
-Entonces, ¿por qué no te
levantas y me sigues? ¿Quién es el valiente guerrero que se queda
postrado delante de mí? -dijo ella con voz cantarina y con un
sarcasmo enloquecedor-. Quédate acostado sobre la nieve y muere como
los demás necios, Conan el de la negra cabellera. Tú no puedes
seguirme adonde yo te llevaría.
El cimmerio lanzó un juramento y
se puso en pie, al tiempo que sus ojos azules centelleaban y su
rostro oscuro, lleno de pequeñas cicatrices, se contraía. La ira
embargaba su alma, pero el deseo que le inspiraba el cuerpo tentador
que tenía delante le martilleaba las sienes y le hacía hervir la
sangre en las venas. Una pasión feroz y agónica invadía todo su
ser, hasta el punto de que la tierra y el cielo aparecían bañados
en sangre ante su obnubilada mirada. En medio de su locura, se olvidó
del enorme cansancio y de la debilidad que sentía."
(...)
"Los gigantes contestaron con rugidos que parecían
el chirriar de los icebergs al rozar contra las heladas piedras de
una costa rocosa. Levantaron las hachas, que brillaron bajo la luz de
las estrellas, y en ese momento el cimmerio se abalanzó como
enloquecido sobre ellos. Una helada hoja brilló ante los ojos de
Conan cegándolo con la intensidad de su fulgor. El bárbaro devolvió
un terrible mandoble que cercenó la pierna de uno de sus enemigos a
la altura de la rodilla.
La víctima cayó exhalando un lamento y en ese
mismo instante Conan se desplomó sobre la nieve, con el hombro
izquierdo insensible por un certero golpe del otro hombre, del que
apenas pudo salvarlo la malla que llevaba puesta. Conan vio que el
otro gigante se cernía sobre él como un coloso tallado en hielo,
recortándose contra el frío cielo. El hacha se abatió... para
hundirse en la nieve hasta penetrar profundamente en la tierra
helada, pues Conan se echó a un lado y luego de un salto se puso en
pie. El gigante lanzó un rugido e intentó liberar su hacha, pero mientras lo hacía, la espada de
Conan se hundió en el pecho del hombre con la rapidez de un rayo.
Las rodillas del titán se doblaron y éste se derrumbó lentamente
sobre la nieve, que se tiñó de color carmesí por la sangre que
manaba del cuello seccionado."
(...)
(...)
"En ese momento ella alzó los brazos hacia las
luces que brillaban en el firmamento y exclamó con una voz que
resonaría para siempre en los oídos de Conan:
-¡Ymir! ¡Oh, padre mío, sálvame!
Conan dio un salto hacia adelante con los brazos
extendidos para coger a la muchacha cuando, con un estampido como el
de una inmensa montaña al desintegrarse, el cielo entero se
convirtió en un fuego helado. El cuerpo de marfil de la muchacha se
vio envuelto repentinamente en una llama azulada y fría, tan
cegadora que el cimmerio tuvo que levantar las manos para protegerse
los ojos. Durante un breve instante, los cielos y las montañas
nevadas fueron inundadas por crepitantes llamas blancas, azules
dardos de una luz helada y fuegos gélidos de color carmesí."
La hija del gigante helado, Robert E. Howard
* * *
"En Inglaterra las Valquirias quedaron relegadas a las aldeas y degeneraron en brujas; en las naciones escandinavas los gigantes de la antigua mitología, que habitaban en Jötunheim y guerreaban con el dios Thor, han decaído en rústicos trolls. En la Cosmogonía que da principio a la Edda Mayor, se lee que, el día del Crepúsculo de los Dioses, los gigantes escalarán y romperán Bifrost, el arco iris, y destruirán el mundo, secundados por un lobo y una serpiente; los trolls de la superstición popular son elfos malignos y estúpidos, que moran en las cuevas de las montañas o en deleznables chozas. Los más distinguidos están dotados de dos o tres cabezas."
Libro de los Seres Imaginarios, Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero
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