viernes, 21 de agosto de 2015

RELATO: "El morador de las tinieblas", August Derleth (2ª parte)


El morador de las tinieblas 


(2ª parte)


August Derleth



Los detallo a continuación:

“¿Es la losa: a) sólo una ruina antigua; b) una marca similar a una tumba; c) el punto focal para Él? Si lo último, ¿desde el exterior? ¿O de las profundidades? (N.B.: Nada muestra que el ser haya sido molestado.)

“Cthulhu o Kthulhut. ¿En el lago Rick? (N.B.: A excepción del relato del aviador, nada demuestra que el ser tenga algo que ver con el agua.)

“Hastur. Pero las manifestaciones no parecen ser de los elementales del aire.

“Yog-Sothoth. De la tierra por cierto; pero no es el “morador de las Tinieblas”. (N. B.: El ser, sea lo que sea, debe pertenecer a las deidades de la tierra, aunque viaje en el tiempo y el espacio. Tal vez sea más de uno, del cual sólo es visible el ser de la tierra. ¿Ithaqua tal vez?)

“”Morador de las Tinieblas”. ¿Será el mismo que el Ciego, el Sin Cara? Realmente se puede decir que vive en la oscuridad. ¿Nyarlathotep? ¿O Shub-Niggurath?

“¿Y del fuego? También debe haber una deidad. Pero no hay mención. (N. B.: Probablemente, si los Seres de la Tierra y el Agua se oponen a los del Aire, entonces deben oponerse también al del Fuego. Sin embargo, se ven pruebas de que hay una lucha constante entre los seres del Aire y Agua y los de la Tierra y el Aire. Abdul Alhazred es muy oscuro en algunas partes. No existe indicio de la identidad de Cthugha en esa terrible nota.)

“Partier dice que estoy sobre una pista falsa. No me convence. Sea quien sea el que ejecuta esa música, es un maestro de la cadencia y el ritmo infernal. Y, sí, de la cacofonía.”

Eso era todo.

—¡Qué jeroglífico increíble! —exclamé.

Y, sin embargo, comprendí de inmediato que todo ello tenía su significación. Cosas extrañas habían sucedido allí; cosas que pedían una explicación que, por cierto, no podía ser terrenal, y ante la vista teníamos las pruebas de que Gardner llegó a ella. Aunque no lo parezca, el profesor escribió todo muy en serio, y aparentemente para su propio uso, ya que sólo había en sus notas un bosquejo inconcluso. Sus notas tuvieron un efecto extraordinario sobre Laird; estaba completamente pálido y miraba las páginas escritas como si no creyera en el testimonio de sus ojos.

—Jack..., ¡se comunicó con Partier! —me dijo.

Recordé entonces que el profesor Partier habla sido exonerado de su cargo en la Universidad de Wisconsin, debido a algunas conferencias sobre temas prohibidos y extraños. El profesor se dedicaba al estudio de las leyendas y los escritos antiguos sobre religiones y antropología.

—El viejo vive ahora en Wausau —agregó Laird.

—¿Crees que él podría interpretar todo esto? —pregunté.

—Está casi a un día de distancia de aquí —replicó—. Copiaremos estas notas, y si nada ocurre, si no podemos descubrir nada, iremos a verle.

¡Si nada ocurría!

Esa noche, mientras leíamos las copias fotostáticas de los libros enviados por la Miskatonic University, se produjeron dos manifestaciones que nos llenaron de alarma. La primera fue que comenzamos a oír el rugir del viento, y, aunque al principio no le prestamos atención, al notar que aumentaba en intensidad hasta parecer un huracán, salimos a la galería de la cabaña y allí comprobamos que ni una sola hoja de los pinos se movía.

No corría el más leve soplo de brisa, y durante media hora permanecimos en el exterior, tratando de determinar el origen del sonido...; y entonces, con la misma brusquedad con que comenzara, dejó de oírse.

Se acercaba ya la medianoche y Laird se acostó, quedando yo de guardia. Comencé a leer El Extraño y Otros, y ya avanzado en su lectura, comencé a pensar en la similitud de las notas de Gardner con algunas de las cosas extraordinarias descritas en el libro.

Interrumpí de pronto mis meditaciones al notar que llegaba a mis oídos el son de una curiosa melodía que comenzaba en forma armoniosa, para tornarse de pronto en una serie de sonidos cacofónicos e infernales, y que parecía provenir desde gran distancia.

Hasta ese momento no había habido manifestaciones realmente alarmantes. Es decir, no había nada, sino la sugestión casi imperceptible de algo amenazador. Tal vez existía alguna explicación natural para esa música y el sonido del viento.

Pero de pronto ocurrió algo tan terrible, algo tan espantoso, que una vez más se apoderó de mí el miedo de lo sobrenatural. Llegó a nuestros oídos un espantoso ulular que no podía ser emitido por una garganta humana ni animal. Se elevaba en un crescendo horrible, para luego ir disminuyendo y acallarse. Comenzaba con un llamado, repetido dos voces, y un sonido que parecía ser: “¡Ygnaih! ¡Ygnaih!”, y se convertía luego en un alarido triunfal que salía de la selva: “En-ya-ya-ya-yahaaahaaahaaahaaa-ah-ah-ah-ngh’aaaa-ngh’aaa-ya-ya-yaa...”

Durante un minuto permanecí inmóvil en la galería. No podría haber emitido un solo sonido ni aunque de ello dependiera mi vida. La voz había callado, pero los árboles parecían repetir el eco espantoso de sus sílabas. Oí que Laird saltaba de su cama y descendía desde el piso alto de la cabaña, llamándome por mi nombre, pero no pude responder. Salió a la galería y me tomó del brazo.

—¡Dios mío! ¿Qué fue eso?

—¿Lo oíste?

—¡Ya lo creo!

Nos quedamos esperando que sonara de nuevo; pero no se repitió, como tampoco volvimos a oír la música. Regresamos al cuarto principal de la cabaña y allí permanecimos, a incapaces de dormir. Pero no se produjo ninguna otra manifestación durante el resto de esa noche.


3

Lo ocurrido esa primera noche nos hizo decidir la conducta que debíamos seguir. Pues, al darnos cuenta de que no estábamos preparados para hacer frente o entender lo que sucedía, Laird conectó el dictáfono para la segunda noche y nos dirigimos a Wausau a fin de ver al profesor Partier. Proyectamos regresar al día siguiente. Laird llevó consigo las notas del profesor Gardner.

Partier nos recibió de muy mal grado, nos hizo sentar y pidió que fuéramos breves en explicar el motivo de nuestra visita. Ya sabía que Laird era el secretario de Gardner.

—¿Qué sabe usted de Cthulhu? —le espetó Laird, sin preámbulo alguno.

El profesor reaccionó de inmediato. Relucieron sus ojos, y se inclinó hacia adelante para contestar.

—¿De modo que viene usted a mí? —dijo. Dejó escapar entonces una risa cascada—. Viene usted a mí para preguntarme sobre Cthulhu. ¿Por qué?

Laird explicó concisamente que estábamos investigando lo ocurrido al profesor Gardner. El profesor Partier cerró los ojos y le escuchó con atención. Cuando Laird hubo finalizado, el anciano abrió lentamente los ojos y nos miró con una expresión en la que se mezclaba la pena y el dolor.

—De modo que me mencionó, ¿eh? Pero yo no me comuniqué con él más que una sola vez, y por teléfono. —Frunció los labios—. Me habló más de una antigua discusión que tuvimos que de lo ocurrido en el Lago Rick. Permítanme que les dé un consejo.

—Para eso vinimos.

—Váyanse de ese lugar y no vuelvan más.

Laird sacudió la cabeza con determinación.

—No se trata de fuerzas con las que el hombre común haya luchado nunca —dijo entonces el anciano—. No estamos equipados para hacerlo.

De inmediato comenzó a hablar de cosas completamente extrañas. Afirmó que no era Cthulhu ni sus servidores los que habitaban en la región del lago Rick, sino otro; la existencia de la losa y lo que había tallado en ella indicaba claramente la naturaleza del ser que vivía allí. El profesor Gardner había llegado a la pista correcta, a pesar de creer que Partier no creía en ello. ¿Quién sino Nyarlathotep podía ser el Ciego, el Sin Cara? Ciertamente que no se trataba de Shub-Niggurath, la Cabra Negra de los Mil Hijos.

En ese punto le Interrumpió Laird para pedir detalles más comprensibles; y entonces, al comprender que no sabíamos nada, el profesor comenzó a darnos una explicación sobre las mitologías de la vida prehumana, no sólo de la tierra sino también de todo el universo.

—No sabemos nada —repetía de tanto en tanto—. No sabemos nada en absoluto. Pero hay ciertas señales y algunos sitios prohibidos. El lago Rick es uno de ellos.

Habló entonces de seres cuyos solos nombres causaban terror; de los dioses antiguos que viven en Betelguese, alejados del tiempo y el espacio, dirigidos por Azathoth y Yog-Sothoth, y entre los cuales se contaban el anfibio Cthulhu, los vampiros que seguían a Hastur el Inmencionable; de Lloigor, Zar, e Ithaqua, el Caminante de los Vientos; mencionó a los seres de la tierra: Nyarlathotep y Shub-Niggurath, los seres malignos que buscaban nuevamente triunfar sobre los dioses antiguos, quienes les encerraron o aprisionaron. Habló de la constante lucha entre los elementales, diciendo que cada vez que se libraba en la tierra, dejaba marcas indelebles en la memoria del hombre, aunque siempre se trató de eliminar las pruebas y hacer callar a los sobrevivientes.

—¿Qué pasó en Innsmouth, por ejemplo? —preguntó—. ¿Qué ocurrió en Dunwich? ¿En los bosques de Vermont? ¿En la vieja casa de Tuttle situada en el camino de barrera de Aylesbury? ¿Qué me dicen del misterioso culto de Cthulhu, y del extraño viaje de exploración a las Montañas de la Locura? ¿Qué seres vivieron en la oculta meseta de Leng? ¡Lovecraft lo sabía! Gardner y muchos otros han tratado de descubrir esos secretos; pero los dioses antiguos no desean que el hombre se entere de mucho. Tengan cuidado.

Tomó las notas de Gardner y las estudió, calándose un par de anteojos de armazón de oro que le hacían parecer aun más viejo. Mientras tanto seguía repitiendo que nada se sabía; aunque admitió que existían algunas pruebas, como la asquerosa plaqueta que representaba a un monstruo infernal caminando sobre los vientos por encima de la tierra, la que se halló en la mano de Josiah Alwyn cuando se encontró su cuerpo en una pequeña isla del Pacífico, varios meses después de su increíble desaparición de su casa en Wisconsin. También consideró como prueba el dibujo hecho por el profesor Gardner, y la curiosa losa de piedras talladas que estaba en los bosques del lago Rick.

—Cthulhu — murmuró entonces—. No he leído esa nota a que se refiere él aquí. Y en el libro de Lovecraft no hay nada. —Sacudió la cabeza—. No, no sé —dijo, levantando la vista—. ¿No pueden sonsacarle nada a ese mestizo?

—Ya habíamos pensado hacerlo — repuso Laird.

—Bien, les aconsejo que lo prueben. Parece que ese hombre sabe algo; conviene comprobarlo.

El profesor no nos quiso decir más; pero, relacionando sus palabras con las notas de Gardner, ya teníamos una indicación de lo que nos esperaba, y esto acrecentó la determinación de Laird de llegar al fondo del misterio.

Al día siguiente regresamos a Pashepaho, y, por suerte, nos encontramos con el viejo Peter en el camino del pueblo a la cabaña. Laird aminoró la marcha y se asomó a la ventanilla del auto.

—¿Quiere que lo llevemos?

—Bueno.

El viejo Peter ascendió al coche y se sentó a nuestro lado. Laird no perdió tiempo en sacar de su bolsillo una botella de aguardiente y ofrecérsela. Los ojos del viejo se iluminaron y comenzó a beber. Conversamos de cosas sin importancia durante largo rato, hasta que mi amigo creyó llegado el momento de interrogar en serio al mestizo. Éste no estaba del todo bebido; pero el aguardiente producía ya su efecto en él, y no puso reparos cuando tomamos el camino del lago sin detenernos a dejarle en su cabaña. Al ver nuestra cabaña, dijo que debía regresar a su casa antes de caer la oscuridad.

Hubiera emprendido la marcha de inmediato; pero Laird le convenció de que pasara a beber otra copa.

Así lo hizo, y Peter siguió bebiendo. Pero cuando Laird le interrogó respecto a lo que sabía del misterio de Gardner el mestizo cerró la boca por completo. Laird insistió. Él había visto la losa tallada, ¿verdad?

—Sí —contestó el mestizo de mala gana.

—¿Nos conduciría a ella?

Peter sacudió violentamente la cabeza.

—Ahora no.

Ya faltaba poco para que cayera la noche, y no podríamos regresar antes de que la oscuridad lo rodeara todo.

Pero Laird no se dejó convencer; y, finalmente, persuadido el mestizo de que regresaríamos a la cabaña, y aún a Pashepaho, antes de la noche, consintió en conducirnos a la losa. Entonces, a pesar de la inseguridad de su andar, nos condujo por un sendero semiborrado hasta una milla de distancia, y se detuvo detrás de un árbol como si temiera ser visto, señalando, con dedo tembloroso, hacia un claro rodeado a cierta distancia por los altos pinos.

—Allí está —dijo.

La losa era visible sólo en parte, pues la cubría la vegetación y el musgo. Laird notó que el mestizo estaba aterrorizado y deseaba escapar.

—¿Le gustaría pasar la noche aquí, Peter? —preguntó.

—¿Yo? ¡Dios mío, no! —repuso el mestizo, mirándole con temor.

—A menos que nos diga lo que vio aquí, tendrá que pasar la noche en este sitio —dijo Laird con firmeza.

—¡No me lo haga decir! —rogó el viejo Peter con voz trémula—. No se debe contar. No se lo dije a nadie...; ni siquiera al profesor.

—Queremos saberlo, Peter —manifestó Laird.

Peter fió la vista en la losa y comenzó a temblar.

—No puedo, no puedo —murmuró, y luego, con un esfuerzo, miró a Laird una vez más—. No sé qué era. ¡Dios mío, era algo espantoso! Una cosa; no tenía cara, y aulló hasta que creía que me rompería los tímpanos...; y esas cosas que estaban con él. ¡Dios! —tembló, apartándose del árbol—. Le juro que lo vi allí una noche. Vino como del aire y comenzó a cantar y gemir, y esas cosas tocaban la música. Me parece que estuve loco por un rato antes de irme. —Se quebró su voz y gritó súbitamente—: ¡Vayámonos de aquí!

Comenzó a correr por el sendero que serpenteaba entre los árboles.

Laird y yo corrimos tras él, alcanzándolo con facilidad, y Laird le aseguró que le sacaríamos del bosque antes de que cayera la oscuridad. Estaba convencido de que el mestizo nos había dicho toda la verdad. Después de acompañar al viejo Peter al camino real, emprendimos el regreso hacia la cabaña sin cambiar una sola palabra.

—¿Qué te parece? —me preguntó, cuando llegamos a nuestro alojamiento.

Sacudí la cabeza.

—Esos gritos de anoche —manifestó Laird—. Los sonidos que oyó el profesor, y ahora esto... —se volvió hacia mí y me miró fijamente—. Jack, ¿te atreves a visitar esa losa esta noche?

—¡Claro que sí!

—Lo haremos.

Recién cuando entramos en la cabaña recordamos el dictáfono, y Laird lo conectó para oír lo que estuviera grabado en el cilindro. Allí tendríamos algo que no podría ser producto de la imaginación; pero nunca sospechamos las revelaciones extraordinarias que estábamos a punto de oír.

El cilindro comenzó a girar y oímos los gritos de algunas aves nocturnas, seguidos por un período de silencio. Luego nos llegó una vez más el familiar sonido del viento en los árboles, y de inmediato los sones desacordes de las flautas. Después seguía una serie de sonidos, que transcribo aquí tal como los oímos esa noche inolvidable.

¡Ignaiih! ¡Ignaiih! ¡EEE-ya-ya-yayajaajaaajaaa-ah-ah-ah-ngh’aaa-ngh-’aaa-ya-ya-yaaa! (En voz que no era humana ni bestial, pero tenía algo de ambas).

(Se aceleraba el ritmo de la música, tomándose más salvaje y demoníaca).

“Poderoso mensajero: Nyarlathotep... del mundo de los Siete Soles a este lugar terreno, el Bosque de N’gai, adonde puede venir el Sin Nombre... Habrá abundancia de aquellos de la Cabra Negra de los Bosques, la Cabra de los Mil Hijos...” (En una voz que resultaba curiosamente humana).

(Una sucesión de extraños sonidos, como si respondiera el público: el zumbar del viento al pasar por entre los hilos del telégrafo.)

¡Ia! ¡Ia! ¡Shub-Niggurath! ¡Ygnaiih! ¡Ygnaiih! ¡EEE-yaa-yaa-jaa-jaaa-jaaaa! (En la voz original que no era humana ni bestial, sino que tenía algo de ambas.)

“Ithaqua te servirá, Padre del millón de favorecidos; y Zar será llamado desde Arcturus, por orden de ‘Umr At-Tawil, Guardián de la Puerta... Te unirás en las loas de Azathoth, del Gran Cthulhu, de Tsathoggua...” (La voz humana nuevamente.)

“Sal en tu forma o en cualquier forma que elijas a la manera del hombre, y destruye aquello que pueda conducir a los humanos hacia nosotros...” (Una vez más la voz semihumana y semibestial.)

(Un intervalo de música furiosa, acompañado esta vez por un sonido como el de batir de alas enormes.)

“¡Ygnaiih! ¡Y’bthnk... k’ehye-nEgrkdl’lh!... ¡Ia! ¡Ia! ¡Ia! (Como un coro.)

Todo esto sonaba a intervalos, como si los seres que emitieran los sonidos se movieran dentro o alrededor de la cabaña, y el último coro se fue desvaneciendo en el aire, como si las criaturas se alejaran. En verdad, siguió un intervalo de silencio tan largo que Laird se disponía a desconectar el dictáfono, cuando de nuevo se oyó uno voz grabada en el cilindro. Y fue esa voz la que culminó todos los horrores que se fueran acumulando hasta el momento.

¡Dorgan! ¡Laird Dorgan! ¿Me oye usted?

Un murmullo ronco que llamaba a mi compañero, quien clavaba la vista en el instrumento con una intensidad terrible. Nuestros ojos se encontraron. No era el tono de ruego lo que nos asombró, sino la identidad de la voz, ¡pues era la voz del profesor Upton Gardner! Mas no tuvimos tiempo casi para cambiar comentarios, pues el cilindro seguía girando.


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